viernes, 1 de junio de 2012

EL NO RETORNO




EL NO RETORNO
por Francisco-Manuel Nácher

Cuando un hombre ha dado el primer paso hacia el Sendero de la
Realización (y ese paso se da al preguntarse seriamente "¿yo quién soy y qué hago aquí y por qué?"), ya no puede volver atrás. Desde ese momento ya es otro. Ya todo ha cambiado para él.
Y, cada vez que en ese Sendero, que así se inicia, se realiza un nuevo hallazgo y se sube un escalón y se consigue una ampliación de conciencia, es más difícil volver atrás. Y sólo hay ya una posibilidad recomendable:

Seguir adelante.

Este hecho que, a primera vista, parece limitador, resulta ser, sin
embargo, todo lo contrario. Porque esa idea confusa que todos tenemos, allá dentro, de la felicidad, la belleza, la sabiduría, la justicia, la bondad, la salud, la divinidad, etc., se siente más y más próxima, más y más clara, más y más accesible, tras cada paso de avance en el Sendero. Y uno empieza a participar de placeres antes ni siquiera imaginados que, a su vez, le impulsan a seguir hacia delante en ese Camino maravilloso que, si bien, visto desde fuera, por los que aún no lo han hollado, está lleno de espinas
(“el Sendero es angosto y empinado”) la realidad es que, para los que por él avanzan, resulta mágico y reconfortante (“mi carga es suave y mi yugo, ligero”).
El único problema molesto y sorprendente, durante los primeros
pasos en el Sendero, estriba en que, como uno va comprendiendo el cómo y el por qué de las cosas, y concienciándose de las razones internas de los procesos externos, cada vez se le hacen más patentes sus propios errores, los defectos de su conducta, la negatividad de sus hábitos. Y lo que antes era admisible, ahora ya no lo es. Y ello hace que muchos se desanimen al
interpretar ese fenómeno, erróneamente, en el sentido de que, apenas empezaron a pretender caminar por el Sendero, "todo comenzó a salirles mal". No se dan cuenta de que, precisamente, esa es una señal inequívoca de que están avanzando, de que sus puntos de vista son ya otros, de que dominan campos que antes ignoraban, de que han dado un paso del que ya nunca podrán volver. Porque los conocimientos adquiridos en este campo
no se olvidan jamás. Por eso unos, los pusilánimes se acobardan y se quedan en magos negros, utilizando los conocimientos adquiridos en su propio beneficio, mientras que los otros, los que comprenden el sentido de aquellas palabras de Cristo "el que no está conmigo, está contra mí", ésos se convierten en magos blancos y colaboran altruistamente con su Creador, en armonía con Él y con la Creación toda. Pero, una vez se ha comenzado a hollar el Sendero, atrás no vuelve nadie.


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EL ESCÁNDALO




EL ESCÁNDALO
por Francisco-Manuel Nácher

“Es necesario que haya escándalos. Pero, ¡ay del hombre por quien
viene el escándalo!… más le valdría que le atasen una rueda de molino al cuello y lo arrojasen a lo más profundo del mar” (Mateo 18:6 y 7).

¿Por qué es necesario el escándalo? Es una clara referencia a la
libertad individual. El mal es la contraparte del bien, pero también es obra de Dios. Y es necesario para que, cometido el error, aprendamos de sus consecuencias indeseables. Por eso es necesario. Pero, cometer o no el error, eso es cosa de nuestro libre albedrío, de cuyo uso somos responsables. El aprendizaje del que camina a ciegas es duro. Y por eso “más le valdría…”

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EL FUNCIONAMIENTO OCULTO DEL HOMBRE





EL FUNCIONAMIENTO OCULTO DEL HOMBRE
por Francisco-Manuel Nácher

Se nos dice que nuestro cuerpo de deseos tiende al egoísmo y que
trata de dominar al cuerpo mental, más débil por más joven, para que trabaje en su beneficio. Y se nos dice que, dado que la nota clave del cuerpo etérico es la repetición, debemos repetir las buenas acciones, los buenos deseos y los buenos pensamientos.
Pero, ¿todo eso por qué? ¿Que hay detrás de todo ello? ¿Por qué
motivo el cuerpo de deseos ha de tender a lo egoísta, a lo negativo, a lo bajo? Si esto lo tenemos claro, comprenderemos todo lo demás.
Vamos, pues, a tratar de tenerlo claro:
Sabemos que nuestro cuerpo de deseos, así como nuestro cuerpo
mental, en otro plano, son sendos ovoides compuestos, respectivamente, de materia de deseos y de materia mental. Precisamente, debido a que nuestro cuerpo físico ha llegado - y sobrepasado ya - el nadir de la materialidad
como organismo compuesto, tiene una forma concreta y permanente. Y sabemos que nuestro cuerpo etérico, es una copia exacta del mismo, átomo por átomo, con la sola diferencia, que a estos efectos es irrelevante, de que, si el cuerpo físico es masculino o positivo, el etérico es femenino o negativo, y viceversa.
Sabemos que, cuando se inicia el proceso de cualquiera de nuestros
renacimientos, allá en el tercer cielo, el Ego comienza a descender, es decir, a cubrirse de materia cada vez más densa y que, para ello, los átomos-simiente del cuerpo mental, primero, y del cuerpo de deseos, después, atraen materias de sus respectivos mundos, que vibren en sintonía con su propia vibración, para formar así ambos vehículos. De modo que, completados ambos cuerpos, la materia que los forma vibra exactamente como corresponde a la evolución alcanzada. O sea, que cada vida recomienza siempre donde se dejó, tras la muerte y el paso por el purgatorio y los tres cielos.
Sabemos que los cuerpos mental y de deseos, al ser materiales, - si
bien de materias menos densas que los cuerpos físico y etérico - pueden contener una cantidad determinada de materia y no más.

Pero, - y esto es importante - ¿qué clase de materia? Lógicamente,
materia elemental de los mundos correspondientes (Mundo del
Pensamiento y Mundo del Deseo).
Pero la materia de ambos mundos no es toda elevada, ya que ambos
constan de siete regiones, de densidad creciente, a medida que descienden y se alejan de Dios. Hay, por tanto, gran cantidad de materia inferior, más densa, y que vibra negativamente. Y esa materia es la que nuestro espíritu, al descender al renacimiento, irá atrayendo, si es que su espiritualidad no es muy elevada, para formar sus cuerpos mental y de deseos.
¿Y qué es la materia elemental? Pues es una sustancia muy primitiva, que aún está en plena involución, es decir, descendiendo a la materialidad y que, por tanto, aún no ha alcanzado ni siquiera el estado mineral. Y que, para descender a la materialidad, necesita, obviamente, “mineralizarse”.
Pero, ¿cómo se mineraliza lo que aún no es mineral? Mediante
vibraciones progresivas, cada vez de inferior intensidad espiritual, ya que la involución se aleja progresivamente de Dios, fuente de todo. Y, por tanto, cuanto más densa es una materia, más baja es su vibración espiritual, pero más elevada es su tasa vibratoria “negativa”, tanto en el mundo mental como en el de deseos y en el etérico.
¿Y qué vibraciones son las que facilitan la materialidad?. El egoísmo, la crueldad, la avaricia, la soberbia, la lujuria, la cólera, la envidia, la pereza, la gula, el odio... lo que las religiones llaman, en general, los pecados. Y es lógico. Porque, si Dios es la fuente del amor, opuesto a todos los pecados, cuanto algo más se aleje de Él, tanto menos lo sentirá y más se inclinará hacia lo opuesto, el desamor, el egoísmo, fuente de todos ellos.
Esa sustancia elemental, compuesta de infinitas vidas aún no
conscientes y que tienen la particularidad de poder agruparse y mostrar cierta voluntad rudimentaria que las impulsa en un sentido determinado, siempre buscando las vibraciones afines a la suya, es la materia prima que más, positiva o negativamente, influye en la constitución de nuestros vehículos.
Nos conviene, además, tener claro:
1º.- Que, debido a que los distintos mundos se interpenetran, es decir, que el mundo mental interpenetra al mundo del deseo y éste al mundo etérico, también nuestro cuerpo mental interpenetra a nuestro cuerpo de deseos y éste a nuestro cuerpo etérico. Y eso quiere decir que la sustancia elemental de cada una de las capas de esos mundos está en íntimo contacto con la materia de la capa correspondiente de los mundos contiguos. Y, por tanto, si vibra la materia mental inferior del cuerpo mental, hace vibrar a la materia de deseos inferior, y ésta, al éter inferior. Y si vibra el estrato superior del cuerpo etérico, hace vibrar a la capa superior del cuerpo de deseos, y ésta, a la capa superior del cuerpo mental. El fenómeno, pues, se produce en todas direcciones: De arriba abajo, de bajo arriba o del centro hacia arriba y hacia abajo.

2º.- Que estas materias, cuanto más elevadas, y por tanto menos
densas, con más distancia entre sus átomos, mayor espacio ocupan, es decir que, no sólo interpenetran a la siguiente en densidad, sino que, además, la exceden en tamaño, sobresalen de ella. Así que, lo mismo que el cuerpo etérico sobresale del cuerpo físico además de compenetrarlo, el cuerpo de deseos sobresale del cuerpo etérico, además de compenetrarlo y el cuerpo mental sobresale del cuerpo de deseos además de compenetrarlo.
3º.- Que el cuerpo etérico, debido a que tiene por nota clave la
repetición, tiende a reproducir sus propias vibraciones, por lo que es el único capaz de crear hábitos, para lo cual no hay más que repetir varias veces una determinada actuación. La materia etérica se encargará, una vez adquirido el hábito, de actuar por sí sola, repitiéndolo siempre que tenga ocasión. Y, lógicamente, haciendo vibrar a la materia de deseos que, teniendo su misma vibración, esté en íntimo contacto con ella porque la está compenetrando. Y otro tanto ocurrirá con la materia mental de la misma capa vibratoria.
4º.- Que la única manera de hacer desaparecer un hábito consiste en adquirir otro que ocupe su sitio.
Por supuesto, hay materia elemental que ya está en la vía de la
evolución, que se está espiritualizando, es decir, regresando a Dios -
piénsese, como algo ya muy avanzado y materializado y animado, en las vidas que los millones de células que forman nuestro cuerpo físico representan - y también ella, como es lógico, busca y promueve vibraciones que le sean afines, y tiende hacia las más intensas espiritualmente. Y de ambas clases de materia elemental tenemos en nuestros vehículos. Pero, como la mayor parte de la Humanidad aún estamos muy atrasados en la evolución, casi toda la materia que compone nuestros vehículos, es de la clase más grosera. Y, por tanto, tendemos hacia abajo, nos atraen los vicios y nos repele la virtud, buscamos lo que llamamos la “libertad” sin darnos cuenta de que lo que hacemos con ello es esclavizarnos cada vez más, al adquirir hábitos negativos que nos impelen a repetir acciones, deseos y pensamientos de bajas vibraciones.
Si nos concienciamos firmemente de que nosotros no somos nuestros cuerpos, sino un espíritu que los ocupa y utiliza, lo tendremos todo más fácil. Sólo habremos de, antes de actuar, desear o pensar, preguntarnos honestamente: ¿esto lo deseo yo o lo desea la materia inferior de alguno de mis cuerpos? Entonces, y sólo entonces, tendremos clara cuál ha de ser nuestra línea de actuación. Y sólo nos quedará poner en funcionamiento la
voluntad para vencer las tendencias naturales de la materia elemental inferior - las tentaciones - que constituye la porción mayor de nuestros cuerpos.
Porque, ¿qué ocurre si vencemos las vibraciones negativas de la
soberbia, por ejemplo, y las sustituímos por las de su opuesta la humildad?
Pues ocurre que, automáticamente, la materia elemental que busca y que necesita la vibración de la soberbia se ve expulsada de nuestro cuerpo de deseos y, en su lugar, entra en él la misma cantidad de materia elemental, pero con la vibración de la humildad.
Por supuesto, ese fenómeno será instantáneo. Y, seguramente, si no
estamos muy vigilantes, al menor descuido, a la menor recaída en el
antiguo hábito de acción, pensamiento o deseo, la materia elemental expulsada, será atraída magnéticamente por nuestro cuerpo de deseos y volverá a penetrar en él y expulsará a la materia afín a la humildad.
¿Qué hacer, pues? También está previsto y también se nos ha
enseñado: Atacar al cuerpo de deseos por dos frentes a la vez, por arriba y por abajo. Por arriba, desarrollando la mente, el intelecto, sometiéndolo al mandato del espíritu, - tengamos en cuenta que la mente abstracta forma ya parte del triple espíritu - haciéndolo funcionar debidamente y no dejarse llevar, sin reflexionar, ni dejarse convencer sin ver las cosas claras, e influyendo así al cuerpo de deseos en la misma dirección. Y, por debajo,
mediante la repetición de buenas acciones, pensamientos y deseos que harán que, el cuerpo vital, cuya nota-clave es la repetición, una vez adquirido un buen hábito, tienda a repetirlo sin esfuerzo y a transmitir, permanentemente, esa vibración al cuerpo de deseos.
No se trata, pues, de no tener deseos, de matar el deseo, como
algunos propugnan, puesto que el deseo es necesario para la evolución. Lo que hay que fomentar son los deseos positivos. Y eso sólo se puede lograr, por un lado, teniendo las ideas claras y, por otro, sustituyendo los hábitos negativos por otros positivos.
Por supuesto que no es fácil. Pero, conociendo los mecanismos,
resulta posible. Recordad aquello de “La verdad os hará libres”.

No olvidemos que la materia elemental tiende por su propia
naturaleza a fomentar, para sobrevivir, la vibración que le es propia. Por tanto, cuanta más materia elemental positiva acumulemos en nuestros vehículos, más fácil nos resultará hollar el Sendero.
Es lo mismo que se nos recomienda para nuestro cuerpo físico: No
comer carne, llena de vibraciones de terror y de instintos animales; no tomar drogas; no fumar; no tomar café ni te ni alcohol; proporcionarnos alimentos sanos y sin exceso; cuidar nuestra higiene, adquirir buenos hábitos de conducta, etc.
¿Y qué se nos ha dicho, a este respecto, en cuanto a nuestro cuerpo
etérico? Que, cuando hayamos desarrollado debidamente los éteres
superiores, el de luz y el reflector, que forman el cuerpo del alma, el
vehículo para viajar por los otros mundos, entonces, los dos éteres
inferiores, que responden a las vibraciones más bajas, irán siendo
sustituidos por aquéllos, que asumirán sus funciones.
¿Y, qué ocurre cuando toda la materia que contienen el cuerpo
mental y el cuerpo de deseos es elevada? Pues lo que sucede con los cuerpos mental y de deseos de los iniciados y de los adeptos: Que sus auras crecen y son capaces de abarcar una zona inmensa y de influir con sus potentísimas vibraciones a todo el que a ellos se aproxima.
Pero hay aún algo más, mucho más, muy importante, que conviene
que sepamos: Como los dos éteres superiores del cuerpo etérico (de Luz y Reflector) están compenetrados por la materia de las dos regiones superiores del Mundo del Deseo, y éstas por las dos regiones superiores del mundo del Pensamiento, que pertenecen a la Región del Pensamiento Abstracto, de cuya materia está formado nuestro Espíritu Humano, componente inferior de nuestro triple espíritu o Ego, esas vibraciones quedan ya grabadas en él Y, como el espíritu es permanente y no lo cambiamos con cada renacimiento, a diferencia de los vehículos inferiores
- cuerpo mental, de deseos, etérico y físico - aquellas vibraciones quedan ya definitivamente en el espíritu como adquisiciones y facultades que le permiten manejar y utilizar más acertadamente sus vehículos inferiores y acelerar así su propia evolución y la de los demás.
Recordemos también que el cuerpo físico de Jesús, debido a lo
elevado de sus vibraciones, apenas fue abandonado por el espíritu de Cristo, se desintegró y fue imposible encontrarlo en la tumba.
Resumamos, pues: Tener claro si cada uno de nuestros deseos es
nuestro o es de nuestros vehículos. Si es nuestro, actuar. Si no, reflexionar y decidir consecuentemente. Ello nos hará adquirir hábitos positivos, que, al poco tiempo, harán innecesaria la reflexión antes de actuar. Y tener presente que, toda ampliación de los dos éteres superiores es, prácticamente, definitiva.


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