viernes, 31 de agosto de 2012

CÓMO AYUDAR AL MUNDO




CÓMO AYUDAR AL MUNDO
por Francisco-Manuel Nácher

¿Qué pueden hacer un tetrapléjico, un paralítico, un tullido en su silla de ruedas, o un ciego, o cualquiera de nosotros, aunque creamos que nada podemos, que ninguna influencia nos avala, ni ninguna autoridad nos compaña, para mejorar el mundo?

Todos, menos los disminuídos mentales (que lo son como
consecuencia del mal uso, en vidas anteriores, del poder creador), podemos hacer lo mismo, porque todos disponemos de una mente, todos somos igualmente seres creadores, y esa capacidad de creación no tiene más límites que nuestra imaginación, nuestra concentración y nuestra voluntad.

Simplemente, con el pensamiento, sin hablar, sin escribir, sin aparecer en público, desde nuestro retiro, desde la cárcel, desde la celda monacal, desde la silla de ruedas , desde el lecho, desde el puesto de trabajo o desde la isla de Robinson Crusoe, podemos modificar el mundo para bien o para mal.

Todo pensamiento produce, indefectiblemente, un efecto. Todo
pensamiento tiende a realizarse, a envolverse en materia de deseos y en materia física convirtiéndose en algo real en este mundo. Porque el poder del pensamiento es superior al de la exhortación y al del ejemplo. Podemos influenciar a los gobernantes, a los amigos, a los parientes, a los jefes, a los subordinados, a todos, en el sentido en que lo deseemos. Y ello sin que los interesados se percaten. ¿Por qué? Porque los pensamientos, las formas mentales, como hemos dicho, son cosas reales que poseen una vibración determinada que les es propia. Cada hombre puede emitir pensamientos
con la vibración que desee y dirigirlos adonde quiera; y esos pensamientos llegarán a su destinatario que, en cuanto se ponga una vez a vibrar en el mismo tono que nuestro pensamiento, lo atraerá a su aura, a su campo magnético, y lo aceptará creyendo que es obra suya, sin sospechar que no es así. Más del noventa por ciento de los pensamientos de cada uno de nosotros, que creemos nuestros, no lo son. Sólo los hombres con mente muy entrenada y desarrollada actúan con pensamientos propios. Incluso la mayor parte de los descubrimientos, inventos, ideas originales, obras
literarias, etc. han sido, casi siempre, sugeridas por otras personas,
vivientes o desencarnadas, interesadas en el tema.

Los pensamientos, como hemos dicho, son cosas reales, más reales
que cuanto nos rodea en el mundo físico; porque todo cuanto en éste existe, todo sin excepción, incluidos nosotros mismos, no somos más que la materialización, en este plano, de un pensamiento previo. Es imposible hacer o crear algo sin pensarlo antes y ese "pensarlo" supone imaginarlo, concentrar el poder mental en ello y desearlo. Luego, todo lo que existe, necesariamente, ha sido imaginado y deseado antes por alguien, bien un hombre, bien un ser superior.


Los pensamientos, pues, como cosas reales que son, no desaparecen, sino que perviven en el Mundo del Pensamiento, casi siempre entrelazados con formas del Mundo del Deseo, que contienen alguna emoción.



Los aledaños de las carreteras, autopistas, autovías y calles con

mucho tráfico están llenas (a nivel mental y emocional) de pensamientos y sentimientos negativos de odio, de envidia, de presunción, de orgullo, de prisa, de desprecio, de resentimiento, de frustración, de miedo, etc., continuamente creadas y abandonadas allí, inconscientemente, por los conductores. Y ¿qué ocurre con ellas? Pues que, cuando un ciudadano honesto, serio, educado, respetuoso con el prójimo, buen esposo, buen padre, buen vecino, sube a su coche y comienza a circular, apenas tiene el menor contratiempo, su mente empieza a vibrar de un modo determinado
y, con gran sorpresa de todos, incluso de él mismo, se encuentra de repente crispado, insultando a los demás conductores, "picándose" cuando le adelantan, respondiendo a supuestas ofensas, etc. ¿Qué ha sucedido? Lo lógico: Se puso a vibrar negativamente y atrajo todo lo afín a esa vibración. Y, claro, eso no es más que el principio para acabar siendo víctima de un accidente o, lo que es peor, provocándolo a otros.


¿Solución?. Muy sencilla: Subir al coche con una disposición

positiva, disculpando a los demás, siendo conscientes de que todos
cometemos errores y nadie es perfecto, cediendo el paso, sonriendo, amando a todos y tratando de comprenderlos. Eso produce dos efectos, no por imprevisibles menos reales: Que el conducir pasa, de ser un tormento agotador, fuente de disputas y desgracias, a ser un placer; y que vamos sembrando nuestro recorrido de pensamientos positivos que, o serán
captados por alguien que vibre así o anularán pensamientos negativos equivalentes pero opuestos.

La efectividad de nuestros pensamientos dependerá, como queda
dicho, por una parte, de la intensidad de nuestro deseo, de la concentración mental y de nuestra imaginación; y, por otra, de la receptividad del destinatario. Pero, incluso aunque éste no esté receptivo por no vibrar con la frecuencia de nuestro pensamiento, influenciará a alguien que vibre así.


Si es un pensamiento positivo y no encuentra destinatario, volverá a

nosotros y nos enriquecerá y nos hará mejores e incrementará nuestra tendencia a emitir pensamientos de esa vibración; pero si es negativo, perjudicará y hará peor a quien sintonice con él y, si no lo encuentra, volverá a nosotros para hacernos sentir en nuestro propio ser lo destructivo de su contenido y hacernos peores de lo que éramos al emitirlo.


En cuanto a nuestra propia existencia diaria, hay otro aspecto muy

importante, con relación a los pensamientos, que conviene tener presente:


Cuando emitimos habitualmente pensamientos negativos, vibramos, como es lógico, negativamente. Y ello nos hace atraer a nuestra aura o campo vibratorio los pensamientos negativos ajenos que en nuestro entorno pululan, los cuales, como es lógico, también alimentan nuestra negatividad (ya que los aceptaremos pensando que son propios), con lo cual emitiremos más pensamientos de tal carácter; y el proceso seguirá autoalimentándose y haciéndonos cada vez más negativos y, por tanto, más desgraciados; lo veremos todo negro y, lo que es peor, cargaremos con el karma que todos esos pensamientos produzcan y, consecuentemente, retrocederemos en nuestra evolución.



En cambio, si habitualmente emitimos pensamientos positivos, aparte de que producimos efectos del mismo carácter, atraemos a otros ajenos pero del mismo tipo, con lo cual se produce el mismo proceso de antes, pero en positivo, es decir, la vida nos parecerá cada vez más maravillosa, la gente más agradable, etc. y nuestra evolución dará un importante paso adelante.



Piénsese ahora en la tremenda responsabilidad en que incurren los

gobernantes, políticos, medios de comunicación, escritores, etc. que lanzan al espacio pensamientos negativos (de odio, de crítica negativa, de desprestigio, de desconfianza, de falta de comprensión o de colaboración, de exclusión, de descalificación, de desprecio, de violencia, de sexualidad, etc.) que tienen acceso, prácticamente, a todas las mentes de todos los ciudadanos. Así se ve con qué facilidad y con qué rapidez y con qué inconsciencia (y también con qué consecuencias para todos) se puede hacer que un país piense que va mal, que es incapaz de progresar, que sus gobernantes le engañan o son ineptos o corruptos, o que está al borde del
colapso; o piense que es un país maravilloso, capaz de todo y con un futuro brillante. No nos quejemos, pues, de que el mundo vaya mal.


Recordemos la afirmación de Cristo: “como un hombre piensa en su corazón, así es él”.El mundo, pues, va como van nuestros pensamientos.



Ni más ni menos. Ya que el pensamiento precede siempre a la acción, a la realidad. Si queremos que vaya bien, pues, en nuestra mano está. No tenemos más que lanzar, siempre que tengamos ocasión, pensamientos de ilusión, de optimismo, de amor, de comprensión, de tolerancia, de respeto, de paz y de armonía. Sobre todo los dirigentes, los periodistas y quienes tienen más posibilidades de que sus pensamientos lleguen al público de

modo masivo.


Piénsese que, como dice un antiguo proverbio ocultista "los molinos de Dios muelen muy lento, pero muy fino". Es decir, que nada, ni un ápice de cuanto hagamos, pensemos o digamos o, como en este caso, seamos culpables de que otros hagan, piensen o digan, dejará de recaer sobre nosotros mismos, como lógica reacción a la acción que nuestra actuación pone en marcha. ¡Qué distinto sería el mundo si todos conocieran estas verdades, tan claras, y que han estado rigiendo desde siempre!



* * *




BUSCANDO LA FELICIDAD




BUSCANDO LA FELICIDAD
por Francisco-Manuel Nácher


El hombre aspira a la felicidad permanente, que está seguro de que
existe y que intenta alcanzar a través del placer. Éste, sin embargo, es fugaz, puntual, y nunca duradero, por lo menos el que proviene de causas exteriores. Estudiemos el asunto con cierto detalle a continuación:

A.- Fijémonos en que la vida está, en realidad, compuesta de
adicciones, unas buenas y otras malas, que llamamos vicios. Pero
adicciones, al fin. El adicto se cree un ser libre que "hace lo que
quiere con su cuerpo”. La realidad, si embargo, es muy otra porque, precisamente, lo único que no es, es ser libre y, si bien puede sentirse feliz en el momento de satisfacer su adicción, ésta lo tiene permanentemente esclavizado. Así vemos que :

1.- El fumador ha de comprar el tabaco, tenga o no medios
para ello o tiempo y le apetezca o no.
Se siente mal cuando se abstiene.
Se desprecia íntimamente porque sabe que está minando su
salud y reduciendo su calidad de vida futura, si no su duración.
Se le hace patente su falta de voluntad para imponerse a su
vicio.

2.- El ludópata puede sentirse feliz mientras juega, pero
pronto se da cuenta de que ha dispuesto de un dinero que le hará falta luego, a él o a los suyos, o que no era suyo, o que no podrá devolver. Y ya no es feliz, con el desasosiego que todo ello le crea, más el permanente tirón de la adicción que lo tiene esclavizado. Y la vergüenza ante sí mismo por lo que está haciendo.

3.- El adicto al sexo puede tener momentos, - brevísimos –
de intensa felicidad, pero luego, pasados esos instantes, todo cambia y vienen la indiferencia o las discusiones o el hastío o el alejamiento, para volver a empezar y no lograr nunca sentirse plenamente satisfecho. Sólo le cabe profundizar en su adicción, hasta llegar a la animalidad, a las perversiones, quizás a la delincuencia... sin alcanzar nunca la plena satisfacción a la que aspiraba.


4.- El drogadicto puede tener sus “vuelos” o su “resistencia

a prueba de cansancio” o lo que sea pero, pasados esos momentos, la droga se cobra su precio y uno va perdiendo el dominio de sí mismo, las energías, la lucidez, la ecuanimidad...y acaba en un submundo del que le va a ser difícil salir.


5.- El poderoso - adicto al poder - puede sentirse

momentáneamente feliz, si alcanza cierta cota de él pero, enseguida se dará cuenta de que:


- Sigue teniendo a alguien por encima, que coarta y limita ese

poder y, por tanto, le impide ser feliz permanentemente. 


- Las circunstancias externas le imposibilitan el ejercer su poder

libremente y le están continuamente limitando su ejercicio.


- Su propia conciencia, sus convicciones íntimas, su ideario, su

religión, su educación y, sobre todo, su miedo a perderlo, le impiden
disfrutar de ese poder omnímodamente con lo que, por definición,
deja de ser ‘’poder’’.
-
6.- El famoso – adicto a la fama - puede sentirse
momentáneamente feliz si adquiere cierto renombre, pero pronto se
percata de que es imposible hacer durable ese placer, pues
- La fama peligra cada instante y el conservarla o aumentarla
exige tal esfuerzo, tal entrega, tales sacrificios, tales
hipotecas en tiempo, libertad, intimidad, etc., que hacen
imposible la felicidad.
-
7.- El rico – adicto a la riqueza - puede, por un tiempo,
sentirse feliz si alcanza determinado nivel de posesiones, pero pronto ve que:


- La preocupación que supone su conservación, no le deja

disfrutarla.


- El deseo de incrementarla, que lleva anejo, le subyuga y hace

infeliz.


- El miedo a perderla le impulsa a cometer actos injustos, de

explotación de sus semejantes, que le impiden ser feliz de modo
permanente.

8.- Uno puede sentirse feliz temporalmente dando pábulo a
cualquier deseo de cualquier tipo (causar envidia, vengarse de
alguien, etc.). Pero, inmediatamente, pasado ese instante de satisfacción íntima y quizás intensa de felicidad, uno se ve obligado a un esfuerzo considerable para procurarse el próximo instante feliz, y ese esfuerzo necesario le impide serlo mientras se esfuerza.
Resulta muy significativo que el suicidio se dé con tanta frecuencia
entre gente acomodada, famosa, poderosa, con un status envidiable para los demás.


B.- ¿No existe, pues, la felicidad? En lo externo, no. Basados en lo

externo, no hay posibilidad sino de determinados momentos, y muy breves, de pseudo felicidad.


Entonces, ¿cómo se logra? Si no está en lo externo, habrá que

buscarla en lo interno. Y lo lógico, aceptada esta afirmación, sería buscar en lo interno con el ahínco con que se suele buscar en lo externo.
Pero, ¿qué es lo interno? Lo interno es lo más importante, lo más
valioso que tenemos, porque es nosotros mismos.
Imaginad un ojo o una lupa o un telescopio o un microscopio. Los
cuatro son capaces de ver multitud de cosas, próximas o lejanas, grandes o pequeñas. Toda su existencia se la pasan viendo cosas, enfocando cosas, haciendo posibles verdaderas maravillas. Pero no lo saben. No tienen la posibilidad de verse a sí mismas viendo cosas. Ni siquiera de verse a sí mismas, con lo cual se ven privadas de la felicidad inmensa que, el saber de qué son capaces y el hacerlo conscientemente, podría proporcionarles.


Si la lupa diera valor sólo a un determinado objeto, hasta el punto de no ver ningún otro, estaría limitando su capacidad de ver y, por tanto, su capacidad de ser feliz viendo otros miles de objetos, quizás más hermosos.

De todos modos, sin embargo, seguiría teniendo la facultad de ver y de aumentar cuanto quisiese. Y eso es, precisamente lo que ocurre con la vida, tal como la vive la mayor parte de los hombres: Pendientes sólo de un aspecto, el externo, de lo que dicen o hacen o piensan o sienten los demás, se alejan, insensible pero inevitablemente, de lo que ellos mismos son o piensan o hacen o dicen o sienten:


Tratamos de hacer propia la felicidad que el cantante de turno nos

asegura sentir, o su propio dolor; y hacemos propios los pensamientos del pensador o escritor; o nos emocionamos con las emociones del actor; o nos identificamos con el gozo que, aparentemente, les producen, al rico la ostentación, al famoso la fama o al poderoso el poder.

Pero eso no deja de ser lo que sienten y experimentan y viven los
demás. ¿Qué es, entonces, lo que sentimos y pensamos y hacemos y
experimentamos nosotros? ¿Qué aportamos de nuestra propia cosecha?


¿Hasta qué punto somos capaces de conocernos y de saber realmente cómo somos, puesto que ya sabemos cómo son los demás? ¿Es que sólo los demás sienten o piensan o hacen o son humanos? ¿Es que no tenemos en nuestro interior potencias suficientes para generar nuestros propios pensamientos y nuestras propias emociones y nuestros propios actos?



¡Pues claro que las tenemos!



El problema está en que, llevados por los innumerables estímulos que la vida actual hace llegar a nuestros sentidos, nos alejamos, cada vez más, de nuestro propio ser y llegamos a olvidarnos completamente de que somos seres iguales o incluso mejores que aquéllos a los que tanto admiramos y cuyos pensamientos, emociones y actos hacemos estúpidamente nuestros.



Entonces, ¿hemos de cerrar los ojos, taparnos los oídos y dejar de

pensar? No. Todos esos estímulos están ahí y debemos recibirlos y
aceptarlos, pero reconociendo que pertenecen a las vidas de otros.


Lo que hemos de hacer nosotros, una vez percibidos esos estímulos, esas imágenes o palabras o ideas es, encerrarnos con nosotros mismos y sacar nuestras propias conclusiones, nuestras propias ideas, nuestras propias lecciones. Lo mismo que hace la planta, que:

recibe la lluvia, la acepta y la absorbe, pero luego la elabora, es decir, le saca el jugo mediante sus propios procesos internos. Y esa absorción y esa elaboración son las que la hacen crecer. Nadie podrá discutir que la lluvia hizo crecer a la planta. Pero nadie podrá ya reconocer aquella lluvia en esa planta que, gracias a ella y a su elaboración interna, la ha convertido en savia y ha sabido desarrollarse. Claro que la planta hace todo esto de modo
inconsciente y exento de libertad, obedeciendo simplemente las leyes naturales, y el hombre, en cambio, tiene la posibilidad de hacerlo conscientemente. El hombre puede, si quiere, verse a sí mismo. Y puede estudiar su propia composición, su propia estructura, su propio funcionamiento y, además, puede actuar libremente y “mirar o enfocar o aproximar o aumentar’’ lo que desee.


Y ahí está el secreto. Porque esa posibilidad es lo que le habilita para ser feliz, siempre que se dé cuenta de que la felicidad no estriba en los objetos, más o menos valiosos, que pueda ‘’ver’’ (puesto que eso lo hacen el ojo, y la lupa y el microscopio y el telescopio y no son felices por ello), sino en el hecho de saber que puede verlos y puede verlos cuando quiera. Es el conocer sus propias capacidades lo que puede hacer feliz al hombre, al margen de lo que pueda hacer. Es el saber que es libre, que es creador, que existe al margen de las cosas, más allá de las cosas, que no tienen por qué esclavizarlo ni someterlo ni siquiera influenciarlo, porque no son más que objetos externos que uno puede manejar, pero que no participan, ni pueden ni podrán nunca participar de


nuestro ser, ni podrán afectar a nuestra facultad de verlos ni a nuestra libertad de mirarlos o no. Están fuera, son instrumentos, son accidentes, nos son ajenos y, si les damos valor, nos dominarán y, si no se lo damos, los dominaremos.
La actitud del hombre corriente, pues, persiguiendo las cosas,
viviendo exclusivamente en lo externo, no representa más que una especia de ilógica e irresponsable huida hacia delante.


* * *





CÓMO ACTUAMOS EN EL MUNDO FÍSICO



CÓMO ACTUAMOS EN EL MUNDO FÍSICO
por Francisco-Manuel Nácher


Generalmente, no nos planteamos nunca de qué modo actuamos en
el Mundo Físico, qué mecanismos empleamos para manejar la materia.

Tenemos la seguridad de que somos nosotros los que hacemos las cosas.

Pero no es así.

Pensemos un poco: Imaginemos que deseo escribir sobre este tema.
Bien. Habrá empezado la cosa siendo una leve idea en la Región del
Pensamiento Abstracto del Mundo del Pensamiento, donde mi Espíritu Humano, mi Yo Superior, habrá pensado en esa posibilidad de escribir y, mediante un acto de voluntad, habrá dado la orden de ejecutarla. Esa idea habrá descendido, obediente, a la Región del Pensamiento Concreto, donde se habrá revestido de materia mental y se habrá convertido así en un pensamiento-forma. Luego, la misma fuerza del acto volitivo inicial la habrá conducido al Mundo del Deseo, donde se habrá convertido en una forma de deseo, al envolverse en materia astral o de deseos. Esa forma de deseo habrá parecido atrayente a mi Personalidad, por lo que habrá sido empujada hacia su realización. Y habrá descendido a mi cuerpo etérico el cual, en base a la memoria almacenada en su éter reflector, habrá evocado los conocimientos que pose sobre el tema, así como los movimientos que mi mano tendrá que
hacer para tomar el bolígrafo y escribir. Y luego irá dando al cerebro físico las órdenes oportunas para que el cuerpo físico lleve a cabo lo pensado y deseado por mi Yo Superior y mi Personalidad.
Todo eso parece muy claro y comprensible. Pero, vamos a
profundizar un poco y, para ello, hagámonos algunas preguntas y
tratemos de respondérnoslas, apoyados en la Ley de Analogía, llave
maestra del mundo oculto y, según la cual, “como es arriba, así es
abajo; y, como es abajo, así es arriba.”

Empecemos, pues:

¿Cómo mi idea inicial de escribir sobre este tema, concebida por
mi Yo Superior en la región del Pensamiento Abstracto del Mundo del Pensamiento ha pasado a la Región del Pensamiento Concreto? Yo soy espíritu puro. No tengo allí manos ni pies. No puedo, por tanto, empujar mi idea hacia “abajo”, bien entendido que la palabra “abajo”, aquí, significa hacia la realización, hacia la materialización, hacia la densificación, hacia la manifestación en un mundo de materia más densa. ¿Cómo, pues, se ha producido ese descenso?

No he sido yo, no ha sido mi Espíritu, por tanto, “personalmente”,
el que ha transportado la idea inicial de una Región a otra del Mundo del Pensamiento. ¿Quién o qué la ha hecho, entonces, descender?

Habrá sido nuestra fuerza de voluntad la que habrá ordenado a las
miríadas de elementales mentales constructores, que lleven a cabo el trabajo de “traducción” o de “densificación” o de “conversión” o, mejor, de “sustanciación” de la materia mental abstracta en materia mental concreta.

Ya tenemos la forma mental o pensamiento-forma en la Región del
Pensamiento Concreto. ¿Y qué ha sucedido luego con ella? Pues que se ha repetido el proceso - como es arriba, así es abajo - y la fuerza de voluntad, facultad exclusiva del Espíritu y nota clave del Espíritu Divino, habrá seguido empujando esa creación mental hacia “abajo”.

¿Y qué habrá sucedido luego? Que la voluntad habrá seguido
empujando y aquella forma mental y, por obra de los elementales
constructores, se habrá densificado de tal modo que habrá pasado a
materializarse como un deseo, al ser revestido el pensamiento-forma de materia de deseos. Aquí habremos decidido si esa forma mental, ese propósito, ese proyecto de actuación nos gusta o no, nos apetece o no, nos satisface o no. Si no la aceptamos, se detendrá ahí y será archivada para otra posible ocasión futura, en la memoria consciente. Y si nos gusta y, consecuentemente, la deseamos, seguirá su recorrido hacia la realización.
¿Y quién hará todo eso? Naturalmente, los elementales
constructores del Mundo del Deseo.

Habremos llegado, pues, a tener una forma de deseo, una forma
mental transformada en materia de deseos. ¿Y qué pasó después? Lo mismo. Siempre lo mismo: que la fuerza de voluntad, reforzada ya por el deseo, la siguió empujando hacia abajo, hacia la realización, hacia la materialización. Y esa orden la habrán hecho propia los elementales constructores, que habrán densificado su sustancia, que la habrán materializado hasta traducirla o, mejor, convertirla, en materia etérica.

Al llegar al plano etérico, miríadas de elementales constructores,
habrán hecho el trabajo. Y habrá sido mi propia voluntad, reforzada una vez más por el deseo, la que habrá transmitido al cerebro físico, el contenido de la idea inicial con las necesarias órdenes de evocación de material de la memoria y su ordenación, y la realización de los oportunos movimientos musculares.

El Yo Superior es, pues, mi verdadero Yo, pero sólo es consciente
en su mundo. Y la Personalidad es el “yo” que hemos ido desarrollando a lo largo de la evolución y que está centrado en el Mundo Físico.

Somos la oleada de vida que está tratando de adquirir la maestría en el manejo de la materia física, ya que hemos alcanzado el estadio humano en el Período Terrestre, cuando la Tierra está formada de materia física.

Y tenemos centrada nuestra conciencia en el Mundo Físico. O, mejor  dicho, en la Región Química del Mundo Físico, formada por los sólidos, los líquidos y los gases. ¿Y qué hemos hecho? ¿Qué ha hecho nuestra Personalidad? Comandar a los elementales constructores del mundo físico y a los obreros a nuestras órdenes, las células de nuestro cuerpo, que realicen esa labor. Y han sido esas células - desde las neuronas cerebrales hasta las epiteliales que sostienen el bolígrafo directamente, pasando por las nerviosas, las musculares, las linfáticas, las glandulares, las sanguíneas, las óseas, etc., las que han llevado a cabo el trabajo obedeciendo nuestras órdenes.

Nosotros decimos: He escrito esto. Pero, la realidad es que eso no
es cierto: nuestro Yo Superior lo ha concebido y nuestro yo inferior lo ha ordenado y, desde la idea hasta el resultado final, se ha llevado a cabo una colaboración maravillosa entre nuestro Yo Superior e inferior y una legión interminable de elementales constructores - que lo constituyen todo, lo transforman todo, lo llenan todo de la vida de Dios - los que han hecho posible el milagro de plasmar mis ideas en el papel, a disposición de quien quiera leerlas y, mediante el proceso inverso, comprenderlas y
asimilar su contenido.

El tener claro todo esto nos proporciona varias ventajas.

1ª.- Darnos cuenta del inextricable entramado de seres y de vidas
que constituye la Creación.

2ª.- Poder admirarnos de la maravilla que supone la inmensidad de
la mente divina, capaz de concebir todo esto, relativo a cada criatura que en ella “vive, se mueve y tiene su ser.”

3ª.- Percatarnos de lo cerca que estamos de los Señores de la
Mente, de los Arcángeles y de los Ángeles, habitantes, respectivamente, de los planos mental, de deseos y etérico (que trabajan en nosotros continuamente, como nosotros incidimos, aún sin quererlo, cada vez que pensamos, hablamos o actuamos, en la vida de los humanos, los animales, las plantas o los minerales), y de los elementales de todo tipo ya que , sin ellos, seríamos incapaces de hacer nada en el Mundo Físico.

4ª.- Reconocer que nuestro cuerpo, que empezó siento tan sólo una
célula, gracias a la labor de las Jerarquías Creadoras citadas - más las ocho restantes, con las que no mantenemos contacto consciente o próximo - ha llegado a ser lo que actualmente es.

5ª.- Recordar que nuestras células, formadas también por los
elementales constructores, están empezando su evolución, ayudadas por nosotros, que les proporcionamos alimento (que asimilan gracias a la labor de los citados y ubicuos elementales constructores), cohesión (al compenetrarlas con nuestra propia vibración) y posibilidades de evolución, teniendo en cuenta que son vidas, espíritus virginales, al principio de un camino del que nosotros hemos recorrido ya un largo trecho, pero que están a nuestro cargo. Y respondemos de ellas. Y las
necesitamos para vivir en este mundo. No olvidemos que todo,
absolutamente todo lo que comemos y bebemos, no es para nosotros, aunque así lo creamos, sino para ellas.

6ª.- Comprender la necesidad de abrir y reforzar la comunicación
entre nuestros yoes Superior y el inferior, y evolucionar más deprisa al recibir nuestra conciencia directamente las instrucciones “de arriba”, mediante la intuición que, como medio de conocimiento, está destinada a sustituir al razonamiento, como éste sustituyó al instinto.

7ª.- Tener claro que, cuando decimos. “yo he hecho esto o aquello”
no decimos verdad. Porque, de todo lo que hacemos conscientemente, nada, absolutamente nada, lo hacemos nosotros. Nosotros sólo creamos, tenemos ideas y voluntad. Con ello recordamos aquella afirmación de Aristóteles de que “el trabajo es cosa de esclavos” y de que “el hombre libre debe dedicarse a crear”. A lo que añadió que la esclavitud sólo
desaparecería cuando los esclavos fueran sustituidos por las máquinas. Y en ello estamos. Pero siempre habrá unos elementales constructores cuya vida consistirá en hacer el trabajo para que otros se eleven e, incluso, se atribuyan el mérito.

8ª.- Comprender que, aunque, a primeras vista, nos resulte difícil
aceptar que los Ángeles y demás Jerarquías manejan energías, como los Iniciados, sin embargo, es lo que hacemos nosotros para hacer cualquier cosa, desde pensar a sentir, emocionarnos, desear, o hacer con las manos cualquier cosa.

9ª.- Admitir la exactitud de la afirmación oculta de que “la energía
sigue al pensamiento”, ya que todo lo escrito arriba no hace sino
corroborarlo.

Visto lo anterior, estoy seguro de que ha aumentado nuestra
admiración por la grandeza de Dios, nuestro respeto y agradecimiento a las Jerarquías Creadoras y su trabajo, nuestra comprensión de la hermandad de todos y de todo, nuestro amor por las células que forman nuestro cuerpo y nuestra decisión de esforzarnos por mantener la salud de éste el mayor tiempo posible.


* * *