lunes, 16 de noviembre de 2015

El Pueblo Griego

     
EL PUEBLO GRIEGO 
por Francisco-Manuel Nácher 

    Las Enseñanzas Rosacruces nos dicen que todas las religiones vienen de lo alto y que se han venido dando a los pueblos con contenidos apropiados a la idiosincrasia de cada uno de ellos aunque, en el fondo, los básicos han sido siempre los mismos. Y que todas ellas se han expuesto en forma de mitos. De ahí el nombre de “mitologías” que se les ha asignado. Y, como la más próxima a nosotros ha sido la griega, sus mitos son los más conocidos por nosotros, no sólo por su origen mediterráneo sino, además, por haber sido adoptados luego por el imperio romano, del que formamos parte en su momento y, más tarde, por haber sido aquella cultura la cuna del movimiento histórico denominado el Renacimiento.
    Por eso, como esos mitos, para la mayor parte de la gente son como historietas más o menos atrevidas, pero sin profundidad ninguna y sin contenidos aprovechables, quisiera deshacer ese entuerto gravísimo para convenceros de que ese pueblo no estaba formado por retrasados mentales ni por incapaces ni por ateos. 
  Y, la mejor manera de lograr ese cambio de opinión sobre la religión griega y, consecuentemente, sobre el pueblo que la tuvo, consiste en conocer primero a ese pueblo y, una vez conocida su capacidad en todas las ramas de saber, estar preparados para estudiar, también superficialmente, su religión y darnos cuenta de que sus mitos son análogos a los de las demás religiones, incluida la cristiana, y con los mismos contenidos e idéntica profundidad.
    Hablare, pues, hoy, del pueblo Griego. Por supuesto, refiriéndome al de la llamada Grecia Clásica, que ha sido un pueblo único, irrepetible, distinto de todos los demás y, hasta podría decirse que, en aquel entonces, a años luz de todos ellos.
  Y uno se pregunta: ¿Por qué? ¿Qué tuvo ese pueblo de particular? ¿Cuál fue su característica distintiva? Las preguntas son lógicas, pero sus respuestas ya no lo son tanto porque sólo pueden darse mediante la exposición de los hechos, que son siempre el mejor argumento: "Por sus frutos los conoceréis".
   En realidad, en el pueblo griego había tres pueblos superpuestos: El pelasgo, el aqueo y el dorio. Los primeros pasan por ser los indígenas, los aqueos llegaron hacia el 1.400 a. C. y los dorios hacia el 1.100. Estos últimos, que introdujeron el hierro, se decían descendientes de los cincuenta hijos que Hércules proporcionó a las cincuenta hijas de Tespios, rey de Tebas y de las que hablamos en otra conferencia sobre los Doce Trabajos de Hércules. 
    Al llegar los dorios, los pelasgos y los aqueos, ya medio mezclados en el pueblo jonio, huyeron a las islas del Egeo y costas de Anatolia y fundaron allí una serie de ciudades. Sólo Atenas continuó siendo aquea, en un mar de ciudades dorias, cuya representante máxima fue Esparta, en un Peloponeso totalmente dorio. La expansión se produjo también hacia el oeste, creándose multitud de ciudades en el sur de Italia y en Sicilia. 
    Sin embargo, nunca hubo dependencia entre ellas. Cada ciudad era y se consideraba totalmente independiente de la metrópoli. Cada ciudad era un estado soberano que se regía por sus propias leyes y se desenvolvía como creía más conveniente. Era un pueblo centrífugo, que rehuía todo dominio político. Y, sin embargo, nadie puede negar que todas esas ciudades juntas constituyeron aquel pueblo griego tan admirado hoy por todos. 
    ¿Qué era, pues, lo que las aglutinaba? ¿Qué fue lo que las hizo parecerse, relacionarse, influenciarse, desarrollarse hasta niveles entonces impensados en casi todas las ciencias y las artes humanas? 
    No cabe duda de que la primera clave estuvo en la religión. Todos los griegos tenían la misma religión, todos ellos aprendían y enseñaban y meditaban sobre los mismos mitos. Y los más inquietos, se iniciaban en los Misterios de Eleusis o en los Órficos o en los Dionisíacos o en cualquier otro, y todos experimentaban idénticas experiencias interiores y adquirían los mismos conocimientos y prestaban el mismo juramento de guardar silencio bajo pena de muerte.
     Derivado de esa identidad religiosa, existió otro vínculo de unión, que constituyó la segunda clave y que fue el Oráculo-templo de Delfos. A él acudió todo el mundo griego a lo largo de todos los siglos que duró su religión y, por tanto, su civilización.
    La tercera clave estuvo en la lengua. Con variantes, pero todos hablaban el mismo idioma. Y eso hizo posible la comunicación permanente, el intercambio de ideas y de estilos y de descubrimientos.
      La cuarta clave estuvo en los Juegos Olímpicos. Ayudados por la identidad de religión, de lengua y de cultura, los juegos constituyeron, a lo largo de más de mil años, el congreso cuatrienal en el que el pueblo griego exponía sus hallazgos, discutía sus tesis y sacaba sus conclusiones. Cierto que, con la excusa de la religión, era más bien una competición deportiva. Pero también es cierto que ello hacía posible el conocimiento personal de todas las figuras, su comunicación el intercambio de conocimientos, el nacimiento de amistades, de influencias y de nuevas ideas... Lógicamente, una vez comprobada la excelencia del sistema, a las Olimpíadas, creadas el 776 a. C., siguieron, el 582 los Juegos Panhelénicos de Delfos, en honor de Apolo y los Ístmicos de Corinto, en honor de Poseidón; y el 576, los de Nemea, en honor de Zeus. Y los grandes campeones olímpicos empezaron a soñar con la conquista sucesiva de los cuatro títulos. 
     La quinta y última clave estuvo en que, por primera vez en la historia, el hombre se convirtió en Grecia en objeto de estudio. Hasta entonces, en todos los pueblos, el hombre era manejado por los dioses, nadie se ocupaba de él como ser autónomo, libre e independiente, dueño y responsable de sus actos. Fue el pueblo griego el primero que se planteó el estudio del hombre al margen de la religión, digamos, desde el punto de vista profano. Y, aunque los que lo hicieron eran en realidad iniciados en los Misterios y, por tanto, poseían conocimientos más allá de los de los demás hombres, o quizá por eso, se dedicaron a fomentar en su pueblo el uso del intelecto. Le enseñaron a pensar, a argumentar, a reflexionar, a investigar, en una palabra, a valerse por sus propios medios y no esperarlo todo de los dioses que ya habían hecho su parte. Y le enseñaron a amar el arte en todas sus manifestaciones. Y lograron obras, en todos los campos, que alcanzaron prácticamente la perfección, hasta el punto de haberse convertido, para los pueblos que les sucedieron en el devenir de los siglos, en obras "clásicas". 
     Pensemos, por otro lado que, además de haber creado y sugerido tanto que aún estamos viviendo de él, este pueblo dio lugar al otro gran movimiento intelectual de la historia, el Renacimiento, que no fue más que un redescubrimiento, tras unos años de deceleración cultural, de su mundo maravilloso, desde todos los puntos de vista. 
     Ante la imposibilidad, y la improcedencia, de hacer aquí y ahora la historia de Grecia, voy a dar a continuación algunas pinceladas para que nos hagamos una idea, con cada una de ellas, de la profundidad alcanzada por este pueblo y de la distancia que les separó de todos sus contemporáneos e, incluso de la mayor parte de los pueblos actuales.
    Pitágoras, nacido en Samos el 580 a.C. y establecido en Crotona donde fundó una Escuela de Misterios, descubrió una serie de teoremas conocidos de todos, así como que las notas musicales obedecen a vibraciones y estudió las relaciones recíprocas entre ellas; aseguró que la tierra era una esfera y giraba de Oeste a Este, 2.000 años antes de Copérnico y Galileo; afirmó que el alma es inmortal y renace un número indefinido de vidas, utilizando distintos cuerpos para evolucionar y que tras cada vida, purga sus errores y vuelve a renacer; preconizó el régimen vegetariano...
   Tales de Mileto, uno de los Siete Sabios de Grecia, en el siglo V a. C., hizo grandes descubrimientos en geometría; en Egipto calculó la altura de la gran pirámide, midiendo la sombra de la misma y la suya propia y sacando la proporción correspondiente; aseguró la existencia de la reencarnación; afirmó que lo más difícil para el hombre es conocerse a sí mismo; definió la justicia como "no hacer a los demás lo que no te gustaría que te hiciesen". Esto 600 años antes de Cristo. 
    Stigomates, de Éfeso, en el siglo VI a. C. satirizó diciendo que la mujer sólo proporciona al hombre dos días de felicidad: El día de la boda y el día en que lo deja viudo. También hubo, pues, entre los griegos, sentido del humor, desconocido hasta entonces. 
    Heráclito, nacido en Éfeso el 550 a. C. afirmó que "la verdadera sabiduría no consiste en aprender muchas cosas, sino en descubrir la que las regula todas en todas las ocasiones", es decir, que lo importante es conocer las leyes naturales. Y siguió diciendo que "lo que llamamos bien es lo que sirve a nuestros intereses, no a los de los demás", y que "hay una lógica en todo y la virtud consiste en adecuar la vida a esa lógica". 
    Safo de Lesbos elevó la poesía a niveles que asombraron a todos los griegos. Fundó la primera escuela de Hetairas, con el fin de sacar a la mujer griega del gineceo y de la inoperancia, y proporcionarle una cultura, de la que estaba siendo privada, situándola, al menos intelectualmente, a nivel del hombre. Fue la primera feminista, seguida más tarde por Aspasia, la amante y segunda esposa de Pericles, creadora de la segunda escuela de Hetairas, en Atenas. Platón llamaba a Safo "la décima musa". 
    Anacreonte, con su poesía defendió la vida cómoda y no comprometida, ni política ni sentimentalmente. Fue el primer "vividor" conocido de la historia.
     Licurgo dio a Esparta (no olvidemos que Esparta, la principal antagonista de Atenas, era doria mientras ésta era aquea) unas leyes en las que exaltaba sobre todo el patriotismo, llevándolo a límites casi sobrehumanos. Eran tan duras sus leyes que, para que se aplicasen propuso a su pueblo que las pusiese en vigor como prueba y sólo mientras él iba a Delfos y hasta que regresase. Y, llegado a Delfos, se dejó morir de hambre para que sus leyes, en las que tenía fe ciega, llevasen a su pueblo a la grandeza, cosa que, por cierto, consiguió.
    Solón, otro de los Siete Sabios, hizo lo propio con Atenas, dándole unas leyes que la llevaron a la historia. Apenas llegado al poder, abolió la esclavitud, liberando a los que habían llegado a ella por deudas. Convirtió el ocio en delito. Condenó con la pérdida de la ciudadanía a quienes, durante una revolución, se mantuviesen neutrales. Legalizó la prostitución y, ante las críticas, respondió: "La virtud no consiste en abolir el vicio, sino en mantenerlo en su sede". Multaba a quien seducía a la mujer ajena. Cuando le preguntaron si consideraba sus leyes las mejores en sentido absoluto, contestó: "sólo en sentido ateniense". Y cuando, tras 22 años de ser reelegido anualmente como arconte, le ofrecieron el cargo como vitalicio, lo rehusó diciendo: "La dictadura es uno de esos sillones de los que no logra uno levantarse vivo". Cuando, siendo ya viejo y estando retirado de la política, lo llamaron para que diese su opinión acerca de la petición de un cabecilla para que le concediesen una guardia de corps para protegerlo, adivinando su deseo de acceder al poder por las armas, ya que en Atenas nadie, jamás, había tenido guardaespaldas, dijo: "Soy más sabio que muchos de vosotros y más valiente que los demás. Más sabio que los que no ven los verdaderos propósitos de este hombre. Y más valiente que los que, viéndolos, no hacen nada por impedirlos". El orden, según Solón, de basaba en que "los pueblos obedecen a los gobernantes y éstos obedecen las leyes".
      Pisístrato, el sucesor de Solón, hizo compilar la Ilíada y la Odisea, dispersas y confiadas a la memoria de los rapsodas. Creó los juegos Panhelénicos. Terminó con los latifundios y entregó las pequeñas unidades de cultivo resultantes, a nuevos ciudadanos.
    Pericles fue el exponente máximo de ese pueblo único. Tuvo la fortuna de nacer en el momento oportuno, con los conciudadanos oportunos y con las facultades oportunas. Su tiempo, irrepetible, se llama "el siglo de Pericles". Era un hombre no dominado por las pasiones, sino por la mente. Fue reelegido para los más altos cargos durante casi 40 años, del 467 al 428 a. C. Demócrata auténtico, consiguió reformas sociales en beneficio de los menos favorecidos, pero sin vulgaridades ni demagogia. Es el sueño de cualquier político honesto. Cuando dio a conocer el presupuesto del Partenón, no lo querían aprobar; entonces dijo "permitidme, pues, que lo sufrague yo, pero pondré en el frontón del Este mi nombre en vez del de Atenea". Eso fue suficiente para que se aprobase. Hizo aprobar una ley que negaba la ciudadanía a los hijos de extranjeros. Y cuando, más tarde, se casó con Aspasia y tuvo un hijo de ella, como ella era extranjera, su hijo no tuvo la ciudadanía, siendo él, sin embargo, la máxima autoridad en Atenas. Creó el primer banco internacional, bajo la presidencia de Apolo, haciendo que todos los pueblos depositasen en Delfos una cantidad; ese fondo servía para hacer préstamos a un interés decente y controlar los préstamos usurarios.
     Pausanias, nacido en Magnesia (Anatolia) fue el primer turista y describió el mundo griego en diez libros, entre el 180 y el 160 a. C. Diógenes el cínico, dijo que "los de Megara comen y beben como si el día siguiente hubieran de morir, pero construyen como si fueran a vivir siempre".
    Los griegos, no nos engañemos, odiaban el trabajo. Para ellos trabajar era cosa de esclavos, idea que aún tiene bastantes partidarios en todo el Mediterráneo, que es una zona de clima templado en que la supervivencia es relativamente fácil. Para ellos las actividades propias del hombre libre, aparte de la guerra cuando la había, eran la política, la filosofía, el deporte, las artes, la oratoria, etc. Pero no el trabajo físico y repetitivo, que nada aporta al hombre. Aristóteles dijo, muy acertadamente, que la esclavitud sólo sería sustituida por las máquinas.
  Con Hipócrates nació la medicina profana, al margen de los templos que la habían monopolizado hasta entonces. Su obra fue libro de texto durante más de 1.500 años. Su código medico condenaba el aborto. Y su célebre juramento profesional aún se sigue pronunciando en la facultades de Medicina. 
     El niño era importante en Grecia. Temístocles, cuando estaba en el poder, aseguró que el que mandaba en Atenas era su hijo porque dominaba a su madre y su madre le dominaba a él. 
     La mujer griega era coqueta. Cuenta Plutarco que en Mileto hubo una ola de suicidios de jovencitas que no había medio de cortar. Y sólo se consiguió cuando se promulgó una ley según la cual el cuerpo de los suicidas sería expuesto, desnudo, en la plaza pública. 
    La aportación de Grecia a la pintura, aunque no nos hayan quedado prácticamente obras, ha sido enorme. Empezó con Panemo, que inventó el retrato. Pintó la batalla de Maratón y, con gran asombro, los ciudadanos vieron que podían reconocerse en el cuadro. Hasta entonces a nadie se le había ocurrido. Ganó la primera cuadrienal en los juegos Ístmicos del 470 a. C.
    Agatarco, el escenógrafo de Esquilo, descubrió el claroscuro, el efecto del juego de luces y sombras. Y Apolodoro inventó la perspectiva y logró representar, según Plinio, los objetos tal como aparecen en la realidad. 
   Los máximos pintores fueron, sin embargo, Zeuxis y Parrasio. No se llevaban bien por razones de competencia profesional, así que decidieron hacer una competición pública presentando cada uno un cuadro para que el público decidiese cuál de los dos pintaba mejor. Llegado el momento, Zeuxis descubrió su obra que representaba un racimo de uvas. Y tan real parecía que una bandada de pájaros que pasaba por allí, bajó hasta el cuadro para comer de ese racimo. Orgulloso y seguro de haber vencido, Zeuxis le dijo a Parrasio que levantase la tela que cubría su cuadro. Pero resultó que la tela era pintada. Con ello Zeuxis se declaró vencido y se fue de Atenas. En su última obra escribió: "La posteridad encontrará más fácil criticarla que igualarla". 
    Pero el genio griego amaba más la línea y la simetría que el color. Por eso la escultura, que empezó siendo doméstica, pronto alcanzó los lugares de honor. Tuvo su momento inicial en que se esculpía en madera y ésta se policromaba o se cubría de bronce; luego llegaron las estatuas de bronce; pero, cuando se descubrieron las canteras de mármol del Pentélico, junto a Atenas, fue el mármol la materia prima por excelencia, ya que podía prescindirse de los moldes, el metal, la fundición, el fuego, el taller, etc. y se podía trabajar directamente sobre el bloque virgen. En la época de Pericles destacaron Fidias y Mirón; éste para lo pequeño, lo de tamaño natural y el primero para lo monumental. La escuela de Geladas y Policleo, de Argos, descubrieron la relación de dimensiones que hay entre la cabeza, el torso, las piernas y hasta las uñas de los pies, en cada figura. Es lo que se llamó "el Canon". 
   Hasta el siglo de Pericles, el hombre se había preocupado, aunque poco, por cómo se habían formado las cosas y qué leyes regían la naturaleza. Pero entonces, comenzando por Protágoras, Sócrates, Platón, Aristóteles y un larguísimo etcétera, lo que empezó a preocupar fue el hombre y, sobre todo, qué medios tiene para conocer la realidad que le rodea y en qué medida puede conocerla. Fue el nacimiento de la Filosofía. Y con ella, el inicio de la eterna batalla entre el idealismo y el materialismo. Por supuesto, no vamos a entrar en el estudio de cada uno de los filósofos, ni siquiera de los más importantes. Lo que asombra es que de una escuela como la de Sócrates, el iniciado idealista, pudiesen surgir personalidades tan dispares como el también iniciado e idealista Platón, el lógico Aristóteles, el escéptico Euclides, el epicúreo Aristipo, el político Alcibíades y un general e historiador como Jenofonte.    En cuanto a la idea que se tenía en Atenas sobre la democracia, bastará un ejemplo: Aristófanes, el inventor de la comedia, criticaba en una de ellas a Cleón, la máxima autoridad entonces en la ciudad. Ningún actor se atrevió a representar el papel, así que lo hizo el propio Aristófanes. Cleón, que asistió a la representación, rió, aplaudió y, cuando terminó la representación, lo hizo multar. Aristófanes escribió otra comedia en que criticaba más acerbamente aún a Cleón, que también asistió a la representación y rió y aplaudió, pero ya no se atrevió a multar a Aristófanes porque el público estaba de parte del autor. Cleón había, pues, aprendido la lección de la democracia. 
   La historiografía, que comenzó con Heródoto, llegó a su perfección, sólo cincuenta años después, con Tucídides. Esa es la velocidad que toda la vida cultural griega adquirió en aquellos días.
    El Parlamento o Ecclesia, al que pertenecían todos los ciudadanos libres, se reunía al aire libre. Todos podían hacer proposiciones de ley siempre que estuviesen al corriente con el fisco, fueran legalmente casados, no tuvieran atecedentes penales, y poseyesen algún inmueble. Al hablar tenían el tiempo limitado, o sea, que debían saber hablar en público. Si su ley era aprobada y al cabo de un año se demostraba que no había sido acertada, se les multaba en proporción al daño causado. Antes de promulgar una ley se pedía el parecer del Consejo o Bulas, formado por 500 ciudadanos sacados a suerte, entre todos los del censo. Ejercían allí un año y no podían ser elegidos de nuevo hasta que todos los demás ciudadanos hubiesen pasado por el cargo. El consejo estaba dividido en diez Pritanías de 50 miembros. El Consejo controlaba la constitucionalidad de las proposiciones de ley, la moralidad de los funcionarios civiles y religiosos y el balance de la administración pública. Cada Pritanía presidía durante 36 días el Consejo, así que todos los ciudadanos eran presidentes alguna vez, lo que les hacía vivir los asuntos públicos como propios. 
     El Ejecutivo estaba en manos de nueve Arcontes, también sorteados entre los ciudadanos. El arconte tenía que demostrar ser ateniense por ambos progenitores, haber cumplido sus deberes como soldado y contribuyente, repetar a los dioses y llevan una vida ejemplar. Tenían que pasar, además, la Doquimasia, una especie de exámen psicofísico. El cargo era para un año, durante el cual, al menos nueve veces había de pedir el voto de confianza al Parlamento. Expirado el plazo, el Consejo juzgaba el desempeño y podía desde condenarlo a muerte hasta reelegirlo. El Arconte máximo era el Basileus encargado de lo religioso. El Arconte que mandaba el ejército era el Estrategos. Pero, como Atenas no tenía ejército permanente, sino que éste se formaba por los ciudadanos cuando había necesidad, no cabía ambicionar el hacerse con el poder utilizando el ejército. La idea del ciudadano ejemplar la dio Sócrates de este modo magistral: "Es el que, cuando recibe una orden de la autoridad, la cumple a rajatabla. Pero antes de recibirla y después de cumplirla, discute si esa orden se ajusta a la justicia y si la autoridad la ha formulado bien".

     Hasta la frugalidad tuvo sus difusores. Alejandro Magno decía que "un buen paseo le abría el apetito para un buen desayuno. Y un desayuno frugal, para una buena comida". 
      La relación de personalidades, de ideas y de anécdotas sería interminable. Piénsese que, sólo durante la vida de Pericles, que va del 500 al 428 a. C. coincidieron y se conocieron y se relacionaron: Fidias, Gorgias, Parménides, Zenón, Demócrito, Empédocles, Sócrates, Anaxágoras, Protágoras, Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes, Píndaro, Heródoto, Tucídides, Hipócrates, Agatarco, Apolodoro y otros. Y que, en los años siguientes a su muerte, aún florecieron nada menos que Platón, Aristóteles y toda una pléyade de filósofos, matemáticos, y artistas que completaron la labor de esos años maravillosos.
     Se cuenta que unos pescadores de la isla de Cos, vendieron a unos viajeros de Mileto el contenido de sus redes, antes de haberlas sacado del agua y sin conocer, por tanto, su contenido. Pero ocurrió que, al sacarlas, descubrieron que en ellas iba iba un maravilloso trípode de oro, que alguien se apresuró a identificar con el que la bella Helena arrojó al mar, cuando volvía a casa, una vez terminada la guerra de Troya. 
     Naturalmente, pescadores y forasteros vinieron a las manos por la posesión del trípode. La lucha la hicieron propia las respectivas ciudades y surgió el antagonismo entre Cos y Mileto. Por fin se decidió acudir al Oráculo de Delfos para que la Pitia solucionase la cuestión. Y el oráculo ordenó entregar al trípode "al más sabio". 
    En cumplimiento, pues, de lo dicho por el Oráculo, el trípode fue remitido por la ciudad de Cos, precisamente a su oponente, la ciudad de Mileto, para ser entregado a Tales, según ellos pensaban, el más sabio de los griegos. Éste, sin embargo, consideró que Bías era mucho más sabio que él y le remitió el trípode. Bías, reaccionando del mismo modo, lo remitió a Quilón, éste a Solón, Solón a Pítaco, éste a Cleóbulo y éste a Periandro. Periandro, empero, considerándose inferior a Tales, se lo mandó a éste, con lo que el trípode llegó al punto de partida después de haber pasado por las manos de los siete sabios. Tales, finalmente, lo envió a Tebas, donde fue consagrado a Apolo. Vale la pena meditar sobre la grandeza, la honestidad, la modestia y la verdadera sabiduría alcanzada por esos eximios representantes del pueblo griego de que estamos hablando.
       Por supuesto, también en Grecia hubo traidores y vagos y ciegos y fanáticos. Pero lo que prevaleció, lo que sirvió para los siglos posteriores fue ese espíritu creador, esa elevación de miras, esa ilusión por lo bello, esa superación constante.
       Terminaré esta conferencia preparándoos para las próximas, éstas ya sobre los mitos de la mitología por antonomasia, que es la griega. Estoy seguro de que os gustará conocer sus contenidos y su profundidad. Y os llevaréis más de una sorpresa al descubrir su similitud con la religión cristiana. 

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domingo, 15 de noviembre de 2015

Piensa y serás


PIENSA Y SERÁS 
por Francisco-Manuel Nácher 

             "Como el hombre piensa en su corazón, así es él"- dijo Cristo. Y es verdad. Si piensas que eres cobarde, actuarás con cobardía; si crees que eres torpe, egoísta, déspota, etc., te comportarás como tal; si piensas que eres inepto, incapaz, despreciable o inútil, tu conducta se adaptará a ese pensamiento. Piensa, pues, que eres bueno, que eres inteligente, que eres capaz, que eres útil... y lo serás. Porque, al pensarlo, lo sentirás y, al sentirlo, no tendrás más remedio que actuar así. Y, si actúas así, lo serás de verdad. 

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Pedid y se os dará


PEDID Y SE OS DARÁ 
por Francisco-Manuel Nácher

        “Pedid y se os dará”, ¿qué significa? Significa, sencilla y literalmente, que aquello que pidamos, lo obtendremos, es decir, vendrá a nosotros, se realizará. Si pedimos a los planos superiores algo positivo, lo recibiremos y nos beneficiará. Y, si pedimos algo negativo, lo recibiremos igualmente y nos perjudicará. Siempre que no se oponga a nuestro plan de vida y a nuestro karma maduro, lo recibiremos, sea material, mental o espiritual. Y, si no procede, por alguna de esas razones, quedará grabado en nuestro átomo simiente y, al ir a reencarnar la próxima vez, nuestro Ego se verá compelido a incluirlo en su plan de vida y nos vendrá. En todo caso hemos de comprender que la naturaleza tiene sus procesos y en ella nada ocurre súbitamente. Por eso se nos dice que pidamos insistentemente, para reforzar el proceso, y con fe, para no interferir en él con modificaciones. Pero lo que pidamos, lo recibiremos. Sin otra posibilidad. Sin excepción. Y por eso, con tales conocimientos, con tal seguridad, lo sensato es pedir cosas que valgan la pena. De ahí que Salomón, cuando Jehová le dijo que pidiera lo que quisiese, pidió sólo "discernimiento", es decir, sabiduría. Y la obtuvo. Acompañada, además, por la riqueza, el poder, la fama, etc., es decir, todo lo que realmente es accesorio. Pidamos, pues, eso, sabiduría, para comprender qué hacer en cada momento de nuestra vida, y voluntad para hacerlo. Con eso lo tendremos todo. En todo caso, sin embargo, será nuestra propia energía creadora la que obrará el milagro. 

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¿Para quién comemos?


¿PARA QUIÉN COMEMOS? 
por Francisco-Manuel Nácher

        Si todo lo que comemos es, exclusivamente, para alimentar las células que componen nuestro cuerpo físico y no a nosotros mismos, ¿cómo justificar el que un alimento o sustancia nos guste más o menos que otro y, sobre todo, que nos apetezca algo que sabemos va a perjudicar a nuestras células? Sólo se puede explicar si se admite que, una cosa son las necesidades y las apetencias o gustos de nuestras células y otra, muy distinta, los gustos y apetencias o incluso vicios, de nuestro cuerpo de deseos, que acaba, generalmente, imponiéndose al interés y a la voluntad de las primeras, incluso en su perjuicio que, indirectamente, repercutirá en perjuicio del propio cuerpo de deseos, al enfermar o morir su soporte, el cuerpo físico.

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Para que se cumpla la Escritura


PARA QUE SE CUMPLA LA ESCRITURA
 por Francisco-Manuel Nácher 

     Siempre me ha llamado la atención que, en muchos pasajes de los Evangelios – especialmente en el de San Mateo - se repita, cuando alguien, especialmente Cristo, hace algo o dice algo, que lo hizo o lo dijo “para que se cumpliera la Escritura”. Y siempre me he planteado las siguientes preguntas: Si Cristo dijo o hizo eso “para que se cumpliera la Escritura”, ¿qué mérito tiene, si Él conocía la Escritura? 
        Y, ¿por qué la Escritura conocía lo que Él iba a decir o a hacer? ¿Y qué importancia tiene que lo que haga o diga coincida o no con lo que dice la escritura? Me ha parecido siempre uno de esos enigmas que, de un modo instintivo, uno intuye que le va a ser difícil aclarar. 
       Del mismo modo, me ha resultado siempre embarazosa la afirmación de Max Heindel de que todo lo que sucede en este plano no es sino proyección, cristalización de algo que ya ha sucedido en los planos superiores. Porque me impedía conciliarla con el libre albedrío.
      Con esas dos preguntas en el fondo de mi alma he estado viviendo desde que “conocí” a Max Heindel. 
     Y, tras mucha meditación sobre el tema, creo haber encontrado una explicación lógica y satisfactoria para mí, que compartiré aquí, exponiéndola en varios puntos: 
    1.- En los planos superiores somos siempre conscientes, lo mismo que aquí, y somos siempre libres. Más conscientes y más libres que en el plano físico. 
      2.- Si en los planos superiores somos libres y conscientes, es admisible y hasta lógico que convengamos allí hacer aquí, cuando renazcamos, determinadas cosas para producir determinadas consecuencias.
   3.- Pero también es lógico que, cuando estamos aquí de nuevo, debido a nuestra imperfección, olvidemos lo convenido y actuemos de otro modo, produciendo resultados distintos de los esperados como consecuencia de lo pactado arriba. 
    4.- Al decir, pues, los Evangelios que, Cristo hizo o dijo algo “para que se cumpliera la Escritura” está queriendo decirnos que, usando de su libre albedrío, actuó de acuerdo con lo convenido, aunque podía hacerlo de otro modo y con otras consecuencias.
    5.- ¿Y cómo puede uno saber o intuir lo que ha pactado arriba? No se me ocurre más respuesta que: estando, lo más posible, en contacto con los planos superiores. ¿Y cómo se logra eso? La respuesta es clara: Con la oración, a ser posible permanente (estar “enganchado” a Dios), es decir, teniendo el hábito de estar en contacto con Dios, con nuestro Dios interno, el mayor tiempo posible. Se comprende entonces que Cristo orase con tanta frecuencia, cosa que antes también me extrañaba pues pensaba que Él, a quien todos oramos, precisamente Él, necesitara orar como nosotros.
    6.- ¿Y cómo se adquiere el hábito de la oración o del contacto permanente con lo alto? Pensando, sintiendo y actuando positivamente. Es el único camino. Y, además, constituye, con la oración permanente, un círculo vicioso, pero con un “vicio” maravilloso: si oro con frecuencia, me elevo con frecuencia y, si me elevo con frecuencia, me apetece orar con frecuencia. Es el círculo vicioso más importante y efectivo del mundo.
    7.- Y ese vicio de orar y de estar en contacto con lo alto todo lo posible y de permanecer enganchado a lo alto, acaba por ampliar nuestra conciencia y permitirnos intuir lo que allá arriba hemos pactado para realizarlo aquí, y entonces podemos aquí hacer o decir lo que sea “para que se cumpla la Escritura”, es decir, lo convenido de antemano en los mundos superiores. 
    Fijémonos, por ejemplo, en la escena de las Tentaciones de Cristo en el desierto, tras su Bautismo por Juan, y comprobaremos que, tanto el tentador como Cristo, se refieren a “lo que está escrito” para defender sus puntos de vista, el tentador para ver si Cristo no recuerda bien lo pactado y hace lo que le asegura que “está escrito”, y Cristo para demostrarle que sí lo recuerda y, por tanto, no caerá en la tentación. 
   Creo que vale la pena meditar sobre este tema, pues entiendo que es fundamental para todo estudiante rosacruz, ya que por un lado, hemos de orar y, por otro, hemos de obrar con discernimiento y positivamente, es decir, hemos de hacer que se cumpla nuestra escritura personal y hagamos aquí lo que en verdad, hemos venido a hacer, desde el punto de vista de arriba.

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