lunes, 6 de junio de 2016

Sólo símbolos



SÓLO SÍMBOLOS 
por Francisco-Manuel Nácher 

     Las palabras no son más que símbolos de ideas. Las frases, pues, no dejan de ser simbólicas de juicios. Y, como simbólicas que son, unas y otras han de ser sometidas a interpretación por su lector u oyente. 
        Pero, ¿con qué cuentan el lector u oyente para llevar a cabo esa interpretación? Con su conocimiento, su experiencia, su imaginación, su concentración, etc., todos elementos personales y exclusivos de cada uno de nosotros. 
      Por eso, lo mismo que cuando varias personas describen algo que han presenciado, cada una lo hace de una manera distinta y nunca coinciden en todo, sensu contrario, cuando varias personas leen u oyen una frase, cada una la interpreta en un nivel distinto, con una profundidad y un alcance diferentes, con un sentido diverso, dependiendo ello de todos y de cada uno de los elementos de que hemos hablado arriba, y que concurren en esa persona concreta. 
     ¿Qué hacer, pues, para acertar lo más posible al escribir o al leer/interpretar? Procurarse la mayor capacidad, el mayor nivel de conocimiento, de información y, por tanto, de interpretación posible, tanto en un caso como en otro. 
      Por eso hay obras ininteligibles para la mayor parte y las hay que todo el mundo entiende. Los cómics, por ejemplo, se escriben y se interpretan en un primer nivel, lo mismo que las noticias de los media. Las novelas rosa y los artículos de opinión, con los culebrones y las policíacas, pertenecen a un segundo nivel. Las obras literarias, a un tercero. Las poéticas, al cuarto. Las filosóficas, al quinto. Y las religiosas, las sagradas escrituras, al sexto, al séptimo y a otros niveles más elevados de interpretación, de conocimiento y de experiencia... 
    Tan es así que ocurre con frecuencia que la obra sobrepasa al su autor, es decir, que los símbolos por él empleados, interpretados por lectores con más conocimientos, elevación, preparación, profundidad o concentración, alcanzan niveles y significados que él no previó pero que enriquecen su obra considerablemente. Es el caso, por ejemplo, del Quijote, convertido en prototipo de la lucha entre el idealista y el materialista, entre lo bueno y lo conveniente, entre lo obvio y lo oculto, entre lo bajo y lo elevado, etc., todo y siempre según el nivel de cada lector. Y otro tanto ocurre con todas las obras que se han convertido en clásicas y que, precisamente por eso han llegado a serlo: Porque, cada uno a su nivel, pero todos los que las han leído, las han comprendido y las han disfrutado. 
     Lo que debe intentar, pues, todo escritor es, en primer lugar, escribir claro, es decir, con símbolos que todo el mundo pueda entender. Pero además, que esos símbolos puedan ser interpretados en distintos niveles, cuantos más, mejor. 
     Y luego, retirarse. Hacer mutis. Sólo si la obra alcanza un bajo nivel procede que el autor hable y explique y opine y se haga ver. Si la obra es buena, si sus símbolos son buenos, la obra vivirá su vida, cada vez más alejada de su autor que, en caso de intervenir, no haría sino limitarla.

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