jueves, 23 de junio de 2016

Oración Meditación y Afirmaciones diarias


ORACIÓN MEDITACIÓN Y AFIRMACIONES DIARIAS
Francisco Manuel Nácher

Sé que soy el que Yo Soy:
un espíritu inmortal,
cocreador y fraternal
dondequiera que yo estoy.

Soy una parte de Dios
y siembro amor por doquier
pues, ni en mí ni en los demás,
concibo que haya dolor
pudiendo existir placer.

Soy creador y, como tal,
nada ni nadie me asusta,
ni me agrede ni me obsesa,
ni me daña ni disgusta,
y voy cocreando mi vida,
libre y como a mí me gusta.

Y tengo felicidad,
abundancia y alegría,
confianza, seguridad,
atractivo, simpatía,
fortaleza, agilidad,
prudencia, sabiduría,
sana espiritualidad,
una total empatía,
espontánea remisión
de dolor y anomalías,
sabia colaboración
de oportunas sincronías,
clarividencia integral
en cualquier plano de vida,
una perfecta intuición
funcionando todo el día,
luz, amor, tranquilidad,
salud y una larga vida,
que habré vivido feliz
hasta el exacto momento
en que yo mismo decida,
una vez llevada a cabo
la labor comprometida.

Y soy dichoso de ser
y recordar bien quién soy
y lo que he venido a hacer.

Me despierto cada día
con más luz y más amor,
consciente de mi valía
y con más poder creador.

Las oleadas de Amor
procedentes de la Fuente,
apenas yo las percibo,
las comparto con la gente,
con el cielo, con el mar
y con todo ser viviente;
y el mundo se hace una fiesta
de trinos y de colores,
de abrazos y de amistad,
de perfumes y de flores
y de música sin par.

Soy Esencia, soy Presencia
y soy Luz y soy Amor;
soy Energía y soy Vida,
soy creado y soy Creador.
¿Qué más se puede querer?
¿Qué más se puede soñar?
¿Qué más puedo desear
sino, sólo, agradecer?

Sé que soy un avatar
del grandioso Amor Divino,
y estoy del todo seguro
de que Dios está conmigo,
pues lo siento, noche y día,
como a mi mejor amigo,
viviendo mi misma vida
fundido conmigo mismo,
con su grandeza infinita
y con mi libre albedrío.

Y ahora puedo comprender
de una manera integral
lo que, en verdad, significa
“amor incondicional”.

Porque, si Dios está en mí,
si soy Dios – y así lo siento –
al vivir tengo que amar
y amo sólo porque sí,
porque es mi esencia y  mi aliento,
sin buscar premio ni pago
ni equilibrio ni contento,
yvoy viendo  a Dios en todos
y todos Lo ven en mí
y, viviendo siempre así,
estoy siempre en mi elemento
y amo y vivo y soy feliz.


* * *

lunes, 6 de junio de 2016

Sólo símbolos



SÓLO SÍMBOLOS 
por Francisco-Manuel Nácher 

     Las palabras no son más que símbolos de ideas. Las frases, pues, no dejan de ser simbólicas de juicios. Y, como simbólicas que son, unas y otras han de ser sometidas a interpretación por su lector u oyente. 
        Pero, ¿con qué cuentan el lector u oyente para llevar a cabo esa interpretación? Con su conocimiento, su experiencia, su imaginación, su concentración, etc., todos elementos personales y exclusivos de cada uno de nosotros. 
      Por eso, lo mismo que cuando varias personas describen algo que han presenciado, cada una lo hace de una manera distinta y nunca coinciden en todo, sensu contrario, cuando varias personas leen u oyen una frase, cada una la interpreta en un nivel distinto, con una profundidad y un alcance diferentes, con un sentido diverso, dependiendo ello de todos y de cada uno de los elementos de que hemos hablado arriba, y que concurren en esa persona concreta. 
     ¿Qué hacer, pues, para acertar lo más posible al escribir o al leer/interpretar? Procurarse la mayor capacidad, el mayor nivel de conocimiento, de información y, por tanto, de interpretación posible, tanto en un caso como en otro. 
      Por eso hay obras ininteligibles para la mayor parte y las hay que todo el mundo entiende. Los cómics, por ejemplo, se escriben y se interpretan en un primer nivel, lo mismo que las noticias de los media. Las novelas rosa y los artículos de opinión, con los culebrones y las policíacas, pertenecen a un segundo nivel. Las obras literarias, a un tercero. Las poéticas, al cuarto. Las filosóficas, al quinto. Y las religiosas, las sagradas escrituras, al sexto, al séptimo y a otros niveles más elevados de interpretación, de conocimiento y de experiencia... 
    Tan es así que ocurre con frecuencia que la obra sobrepasa al su autor, es decir, que los símbolos por él empleados, interpretados por lectores con más conocimientos, elevación, preparación, profundidad o concentración, alcanzan niveles y significados que él no previó pero que enriquecen su obra considerablemente. Es el caso, por ejemplo, del Quijote, convertido en prototipo de la lucha entre el idealista y el materialista, entre lo bueno y lo conveniente, entre lo obvio y lo oculto, entre lo bajo y lo elevado, etc., todo y siempre según el nivel de cada lector. Y otro tanto ocurre con todas las obras que se han convertido en clásicas y que, precisamente por eso han llegado a serlo: Porque, cada uno a su nivel, pero todos los que las han leído, las han comprendido y las han disfrutado. 
     Lo que debe intentar, pues, todo escritor es, en primer lugar, escribir claro, es decir, con símbolos que todo el mundo pueda entender. Pero además, que esos símbolos puedan ser interpretados en distintos niveles, cuantos más, mejor. 
     Y luego, retirarse. Hacer mutis. Sólo si la obra alcanza un bajo nivel procede que el autor hable y explique y opine y se haga ver. Si la obra es buena, si sus símbolos son buenos, la obra vivirá su vida, cada vez más alejada de su autor que, en caso de intervenir, no haría sino limitarla.

* * *

domingo, 5 de junio de 2016

Reflexión sobre la vida y la muerte



REFLEXIÓN SOBRE LA VIDA Y LA MUERTE 
por Francisco-Manuel Nácher 

       Cuando uno llega a cierta edad – y me estoy refiriendo a los alrededores, en más o en menos, de los ochenta años – no puede evitar el observar – y experimentar y comprobar – cómo la gente de su generación o ha desaparecido o está en trance de hacerlo. Es una ley de la naturaleza: todo lo que nace ha de morir, todo lo que empieza tiene un fin. Y, además de comprobar la desaparición de seres queridos, amigos y contemporáneos más o menos conocidos, uno no puede por menos de plantearse, ya con cierta seriedad, la inevitable pregunta: ¿cuándo me tocará a mí y cómo lo enfrentaré? 

       Porque, a lo largo de la vida, se ha tenido cierta sensación de impunidad, una como “seguridad” o convicción intuitiva de que eso de morirse era algo que sólo les ocurría “a los demás.” Recordemos a aquel párroco que, desde el púlpito, decía a sus feligreses un domingo: “… porque todos hemos de morir, incluso, a lo mejor, yo.” 
       
        Pero cuando, alcanzada esa edad, uno se para un momento en la vida, ha de reconocer que, pronto o tarde – más pronto que tarde – tendrá que engrosar el número de ”los demás”. 
      
        Y empieza a recordar a quienes ya han pasado a formar parte de los desaparecidos. 
      
      Y no puede evitar el recuperar rostros y caracteres y conductas; ni el revivir historias y anécdotas e incidencias. 
      
         Y se ve abrumado por la turbamulta de recuerdos que pugnan por situarse en la pantalla de su mente y, muchos de ellos, en la de su corazón. 
      
         Y se asombra de la diversidad de posturas que esas personas amigas han adoptado en el momento de tener que plantearse las cosas en serio y, a buenas o a malas, tener que mirar a los ojos a la generalmente tan temida Señora de la Guadaña. 
     
        Y recuerdo a una tía lejana por parte de padre, que aseguraba que “sólo se mueren los tontos”. Estaba llena de vida. Siempre había estado llena de vida. Siempre había rebosado energía, hasta el punto de sentir verdadera pena por quienes se morían, porque ella, estoy convencido, se intuía inmortal. Eso le vino muy bien para soportar los años de la decrepitud, pues siguió hasta el fin fiel a su convicción. E imagino que, cuando se vio en el otro lado, no dejó de sorprenderse de que a ella le hubiese sucedido aquello que la convertía, a tenor de su propia doctrina, en uno de los tontos, Pero no cabe duda de que le sirvió hasta el fin para vivir su vida con ilusión. 
     
         Y también recuerdo al amigo que, aquejado de un cáncer de páncreas avanzado, se negó a enterarse y sólo aludía a su “gastritis” y, mientras su cuerpo iba decrepitándose a ojos vistas, seguía trabajando normalmente y se indignaba con los que se interesaban por su salud, a la vista de su mal aspecto. Nunca lo quiso saber. Pero, a pesar de ello, le llegó el momento. Y entonces le costó aceptarlo y desprenderse de su cuerpo físico. Y su agonía duró horas. Muchas horas y muy dolorosas para todos. 
    
         Y recuerdo a la amiga afectada de un cáncer de mama con metástasis en casi todo el cuerpo que, conociendo la situación y sabiendo lo que se le aproximaba, sonreía y hablaba con los amigos con total serenidad, como si el morirse fuera tan natural como el nacer. Estaba madura. Ella me decía: no tengo ningún miedo; estoy preparada y hasta deseando que llegue y descansar un poco. Y murió con una sonrisa en los labios y en paz, rodeada de todos los suyos y aureolada por las oraciones de todos los amigos, convencidos de que iba a ser feliz.       
      Y recuerdo también a aquella otra amiga que, aquejada de la misma dolencia, y sabiéndolo, se negaba a morir. Y se sometió a todas las operaciones y a todas las sesiones de quimio y de radioterapia posibles y a todos los tratamientos paramédicos, hasta que resultaron ya impracticables, dado el estado de su cuerpo físico. Y se negó a dejar este mundo, aunque los amigos tratábamos, honesta y delicadamente, de hacerle comprender la inanidad de obtener unos días o unos meses más de vida en la situación de sufrimiento permanente en que se encontraba desde hacía ya años. Pero no quería morir, lo cual no evitó su muerte sino que retrasó innecesariamente el procedente descanso. 

        También recuerdo al amigo que fue sorprendido, a traición, por un infarto de miocardio y ni se enteró de lo que le estaba sucediendo, ni tuvo tiempo de reaccionar a ello en ningún sentido. 

       Y a la amiga que, víctima de cáncer generalizado, y presumida hasta el final, pasó sus últimos meses sin querer recibir visitas de amigos ni parientes porque no quería que la vieran en el estado de postración en que se encontraba. 
    
      Y al que, aquejado también de cáncer – ahora me doy cuenta de cuántos parientes y amigos han sido y están siendo víctimas de esa dolencia – hasta el ultimo momento se mantuvo sereno, sin una queja, sin molestar a nadie. E incluso unas horas antes de expirar, al preguntarle cómo se encontraba, respondió muy serio: ¡estupendamente! Y murió tranquilo, con sencillez, sin molestar. ¡Como había vivido! 
   
       Y recuerdo también a centenares – y quizás hasta miles - , de amigos y conocidos cuyas vidas se han cruzado con la mía en determinado momento para que intercambiáramos mutuamente las lecciones de que cada uno éramos portadores y, luego, hemos desaparecido de la vida del otro, aunque su mensaje y su recuerdo no nos han abandonado del todo. Y ahora, curiosamente, acuden con una nitidez desconocida que no hace sino presagiar lo lógico: la recapitulación final. 
     
       Y me asombra la cantidad de seres con los que me he relacionado: la familia en la que se nací, los compañeros de colegio, los convecinos y conciudadanos, los de la universidad, los del servicio militar, los del trabajo, la familia que he creado, los amigos de todas las épocas, los compañeros de ideas, de enseñanzas, de aprendizajes, de convivencia… todos y cada uno de ellos ocupados en la ascensión del monte de su propia vida, pero cada uno a su manera y todos dejando algo de sí mismos incorporado a mi biografía. 
  
     ¡Cuántas veces nos han consolado, ayudado, aconsejado, acompañado, defendido o seguido, o nos han combatido, contradicho, criticado u omitido! ¡Y cuántas lo hemos hecho nosotros con ellos! ¡Cuántas lecciones de vida hemos recibido de todos ellos! Y, ¿cuántas habrán recibido ellos de nosotros, si es que recibieron alguna? 

         Abreviando, podría todo esto expresarse, más o menos, así: 

Reflexión sobre la vida y la muerte 
(Soneto)

 Cuando miro hacia atrás en mi sendero, 
recorrido casi sin darme cuenta, 
una inquietud insana me atormenta: 
la de haber de asumirlo todo entero. 

Porque no todo ha sido placentero 
pues en él hubo paz y hubo tormenta
 y hubo virtud y vicio, y me violenta 
el no poder decir que fue sin pero. 

Afortunadamente, hace unos años, 
encontré la Verdad, que me ha servido 
para evitar errores y hasta daños y, 
con ella por lema, he comprendido 
la vida y su final, ya nada extraños, 
y con los que, tranquilo, he convivido. 

Francisco-Manuel Nácher 

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sábado, 4 de junio de 2016

Sólo el amor


SÓLO EL AMOR 
por Francisco-Manuel Nácher 

   El amor, como sugirió Cristo, es el compendio de todas las virtudes: Las que nos relacionan con los demás porque, si hay amor, van incluidas en el ejercicio de ese amor; y las que se refieren al propio desenvolvimiento porque, si el objetivo es el amor, no hay más remedio que desarrollarlas para poder perfeccionarlo, ampliando la capacidad de amar. De modo que todas las virtudes están incluidas en el amor y por eso éste es una fuerza tan grande que, si se tiene por meta de la vida, hace efundir todas las demás, aunque no se busque directamente su desarrollo, porque todas no son más que partes del amor. 
      Del mismo modo, todos los mandamientos se resumen en uno: Amar. Amar a Dios, amar al prójimo y amarnos a nosotros mismos, en el fondo, es lo mismo porque todos no somos sino partes de Dios y somos uno en Él.  
      Si se pretende adquirir alguna de esas virtudes con miras interesadas y egoístas, es decir, para presumir, fingir, sacar provecho, progresar o ascender en esta vida, etc. en detrimento o a costa de otros, aparte de que el hábito que se adquiere no es la virtud en cuestión sino una burda caricatura, el que pretende, supuestamente, desarrollarla, se hunde cada vez más en la miseria moral y retrasa su evolución considerablemente. 

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viernes, 3 de junio de 2016

Sobre la Epigénesis


SOBRE LA EPIGÉNESIS
por Francisco-Manuel Nácher 

        La evolución se basa en la Epigénesis, es decir, en la capacidad de improvisación, en la innovación, en la profundización, en la aclaración, en el descubrimiento, en la iniciativa, en el interés, en la ilusión, en la obediencia, en fin, en ese empuje permanente que es la más perceptible presencia de Dios. 
       La Epigénesis, pues, necesita de la libertad. Su ejercicio es posible, sólo, porque somos seres libres. Sin libertad no hay Epigénesis ni hay, por tanto, autoevolución, evolución consciente. Habrá evolución del espíritu-grupo, pero no del individuo e, incluso la de aquél, se deberá al uso de su propia libertad. 
      Por eso la Epigénesis es la antítesis de la norma. Por eso dice la Escritura que, “donde hay mandamientos, hay pecado” (San Pablo). Y por eso Cristo redujo todo el Decálogo a un solo mandamiento, que es la quintaesencia de toda la Creación: El Amor. “Amaos los unos a los otros, como yo os he amado”
      Cierto que la sociedad, para funcionar, necesita de la dejación de determinadas porciones de libertad por parte de cada uno de sus miembros. Pero debe siempre tender a dejarles la mayor parcela de libertad y de iniciativa y de creación posible. 
     Una sociedad reglada al extremo, que lo tiene todo normalizado y previsto, es imposible que haga evolucionar a ninguno de sus miembros. El ejemplo típico es el ejército tradicional donde, incluso las propias normas, explícitamente, exigen la obediencia, sin reflexionar, frente a la propia iniciativa, sacrificando así la evolución de sus miembros a una efectividad dudosa y efímera. Aunque, curiosamente, los actos militares heroicos, siempre se han llevado a cabo al margen de las normas que, en ese caso, se incumplieron. Por eso se condecora a los héroes, por haber excedido lo que de ellos se esperaba, es decir, por haber actuado más allá del deber, lo que equivale a decir, fuera o en contra de lo normal, de lo “normalizado,” de la ley.      Por eso Max Heindel se resistía a crear un Centro y a darle normas: Por miedo, como dijo, a su inevitable “cristalización”. Y por eso todas las órdenes religiosas, creadas por grandes santos, llevadas de las “Reglas” que las rigen, no han tardado en cristalizarse y dar más importancia a las normas y a su observancia, que a la capacidad de cada uno de sus miembros para “superarlas”, y se ha tachado de hereje, de heterodoxo, a quien se ha atrevido a ejercer su libertad, su Epigénesis. 
    Y, si se reflexiona, se comprueba que el mismo fenómeno se ha dado en la Iglesia como organismo, tan alejada del espíritu de su fundador y más preocupada por condenar, anatematizar y excluir y excomulgar, que en mejorar internamente y acercarse a la libertad, la tolerancia, la caridad y la comprensión, atenta sólo a las normas creadas por los hombres y anteponiéndolas al Amor, institucionalizado por el propio Cristo. 
   Y otro tanto se observa en los partidos políticos, en las empresas comerciales de cierta duración, en las familias de abolengo, etc.: Que las normas, lo que se espera de cada uno, lo que se hizo, lo que se estableció, aunque fuera en otras circunstancias y para otros fines, acaba privando sobre la originalidad, la innovación, y ahogando, apenas nacida, la libertad de sus miembros. 
   La única manera de llegar a ser dioses creadores consiste en situarse por encima de la norma. Sólo Dios está por encima de la norma, ya que ha sido su creador. Y sólo situándose por encima de la norma, es decir, actuando de modo espontáneo, de un modo apropiado, se puede comprender y disculpar y ayudar a los que aún le están sujetos. 

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jueves, 2 de junio de 2016

Sobre Dios y el Hombre



SOBRE DIOS Y EL HOMBRE
por Francisco-Manuel Nácher 

       Antes que nada hemos de admitir al ABSOLUTO, ese ser, que no es ser, porque no es, ni tiene límite, ni edad, y que resulta inconcebible para nuestra mente (en algún sitio leí hace años que el propio Cristo, cuyo vehículo inferior es ordinariamente el Espíritu de Vida "está empezando a comprender lo que puede ser el Absoluto"). Ese Absoluto decide manifestarse, es decir, tomar forma. Y esa manifestación la hace en dos polaridades (Cosmos, pág. 163): espíritu y materia (sustancia raíz, espacio). La polaridad Espíritu está encabezada por el Ser Supremo (que se sitúa en lo más elevado del primer Plano Cósmico) y la polaridad materia, por la Maya, Madre o Virgen Madre de todo. Ese Ser Supremo se manifiesta en tres aspectos: Poder, Verbo y Movimiento, que se sitúan en el primer Plano Cósmico pero en emplazamientos inferiores al del Ser Supremo y cada uno más denso que el anterior. A su vez, el Ser Supremo emite de sí y en sí, siete rayos, emisión de la que participan los tres aspectos citados. Son los llamados "Siete Espíritus ante el Trono". Éstos son seres creadores y, tras repetir su manifestación en tres aspectos, comienzan su emanación, dentro de sí mismos, de oleadas sucesivas de vida. A su vez, el aspecto Movimiento del Ser Supremo, siguiendo las sugerencias de los aspectos Poder y Verbo, configura la materia o sustancia raíz cósmica en siete Planos Cósmicos o estratos, de densidad creciente, a medida que se alejan del Ser Supremo, y que descienden a lo que se ha dado en llamar la "materialidad", que es un término relativo, pues toda materia es más densa que la superior, de la que procede, y menos densa que la que le sigue, emanada de ella o cristalización de ella. Cuando el Espíritu - cualquiera de los descendientes del Ser Supremo - interfiere o incide en la materia - descendiente de la Madre Eterna - ésta adquiere una forma y, además, el espíritu en ella penetrado, se convierte en vida. El Espíritu, pues, y la materia, se convierten, respectivamente, al juntarse, en vida y forma, es decir, en materia animada y viviente, configurada por el espíritu. Cada uno de esos siete Planos Cósmicos se subdivide en siete subplanos de densidad también creciente, denominados "mundos". A su través van descendiendo las criaturas nacidas de cada uno de los siete Espíritus ante el Trono y de sus descendientes, que van penetrando hacia abajo, densificando cada vez más sus vehículos en lo que se denomina proceso de "involución" o alejamiento de la Fuente, el Ser Supremo. En ese proceso, el espíritu va siendo cubierto cada vez por más cuerpos, más materia, lo que le imposibilita o le dificulta mucho el manifestarse y dominar esa materia. Esos seres creadores van emanando de sí y en sí oleadas de vida y, cuando una de ellas llega a la parte superior del Séptimo Plano Cósmico, el más denso conocido (aunque Max Heindel y otros ocultistas afirman que debe haber otros más densos a los que el mundo físico compenetra), uno de esos seres, en número casi infinito, que traen origen de la última generación de "dioses" ( y que resulta ser el Dios Creador de nuestro sistema planetario) decide crear su propio Sistema Planetario. Para ello, selecciona en el espacio infinito una zona, que impregna con su vibración (es decir, se la apropia y la aísla del entorno para realizar su evolución individual a través de sus criaturas). Una vez hecho esto, repite el proceso de su creador, como todos los creadores anteriores han hecho, y se manifiesta en tres aspectos (llamados Padre - Voluntad - Hijo – Amor/Sabiduría - y Espíritu Santo - Inteligencia Activa), proyecta sus Siete Espíritus ante el Trono y emana de sí mismo y en sí mismo, a través de ellos, oleadas sucesivas de seres creadores que son las doce jerarquías creadoras que conocemos: Terafines, Xeofines, Serafines, Querubines, Señores. de la Llama, Sres. de la Sabiduría, Sres. de la Individualidad, Sres. de la Forma, Sres. de la Mente, arcángeles, ángeles y hombres). Ésa es la explicación de que el universo, ante la estupefacción de la ciencia, crezca ininterrumpidamente, a la velocidad de la luz: que todos los "hermanos" de oleada de vida de nuestro Dios, están creando, cada uno su propio sistema planetario y emanando oleadas de seres creadores. Y estamos ya en el Séptimo Plano Cósmico, el nuestro, que el tercer aspecto de nuestro Dios creador, el Espíritu Santo, la Inteligencia Activa, configura en siete subplanos o mundos, a saber: el Mundo de Dios (en el que se sitúan nuestro Dios y sus tres aspectos, más los Siete Espíritus ante el Trono), el Mundo de los espíritus Virginales (en el que venimos nosotros a la manifestación, como mónadas o chispas divinas), el Mundo del Espíritu Divino (donde se sitúa nuestro primer aspecto, llamado así), el Mundo del Espíritu de Vida (donde se sitúa el aspecto de nuestra mónada llamado así), el Mundo del Pensamiento (que se divide en dos Regiones, la Superior, del Pensamiento Abstracto, y la Inferior, del Pensamiento Concreto) En la superior se sitúa nuestro Espíritu Humano, tercer aspecto de nuestra mónada o espíritu; y en la inferior, en el cuarto subplano, se sitúa nuestra mente y la parte inferior constituye la Región del Pensamiento Concreto, como he dicho. Le siguen el Mundo del Deseo y el Mundo Físico, dividido también en dos Regiones: la superior o etérica (con sus cuatro éteres de densidad creciente y que se llaman, de bajo a arriba, químico, vital, de luz y reflector) y la inferior o Región Química, compuesta por los sólidos, los líquidos y los gases. 
       A todo esto hemos de añadir que aquellos Padre, Hijo y Espíritu Santo de la Trinidad inicial de nuestro Sistema Planetario, han seguido evolucionando y han pasado al sexto plano cósmico. Y sus puestos los han ocupado otros tantos altos Iniciados que han logrado asimilarse o identificarse con sus respectivas vibraciones y que son: el actual Padre (el iniciado más elevado de la oleada de vida de los Señores de la Mente, que adquirieron el estadio humano - autoconsciencia - en el Período de Saturno, cuando nosotros aparecimos a la evolución como sustancia elemental que terminó el Período como minerales, y cuyo vehículo más denso es de materia mental); el Hijo, Cristo, que es el iniciado más elevado de la oleada de vida de los arcángeles, que fueron humanos en el Período Solar, cuando nosotros pasamos al estadio vegetal - con conciencia como la de los actuales vegetales - y cuyo vehículo más denso es de materia de deseos; y el Espíritu Santo, que es el más elevado iniciado de los ángeles (Jehová), que fueron humanos en el Período Solar, cuando pasamos a ser animales, y cuyo vehículo más denso es etérico. Cuando una oleada de vida adquiere la autoconsciencia, es decir, es capaz de darse cuenta de su existencia y de la del entorno y de los demás espíritus hermanos, alcanza el estadio humano y comienza la "evolución" o "vuelta a casa", a Dios, al Ser Supremo, con el espíritu cada vez más despierto y potente y con cuerpos cada vez menos densos y más manejables. 
       ¿Dónde está, pues, el Padre? Tras lo dicho, está claro que el primer "Padre" es el primer aspecto del Ser Supremo. Luego, aproximándonos más a nosotros, tendremos el primer aspecto del Dios Creador de nuestro Sistema Planetario, que ha sido sustituido en sus funciones por el más elevado Señor de la Mente. Y aún tendremos al primer aspecto de nuestro triple espíritu, el Espíritu Divino, que es "nuestro Padre en los cielos", ya que está situado en el Mundo del espíritu Divino. En el Padrenuestro, pues, las relaciones se producen: a) entre los tres aspectos del Dios de nuestro sistema Solar (Padre - Señor de la Mente - , Hijo - Cristo - y Espíritu Santo - Jehová); b) los tres aspectos de nuestro triple espíritu; nuestra mente; y nuestros tres cuerpos inferiores Físico, Etérico y de Deseos). 

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miércoles, 1 de junio de 2016

Si Yo ...


SI YO... 
por Francisco-Manuel Nácher 

     Si yo pensara que de mi conducta depende en gran parte la felicidad de quienes conmigo se relacionan, serían más felices. Y yo también. 
       Si yo supiera ponerme en el lugar de mi interlocutor, desaparecerían todas las diferencias entre los dos. 
     Si yo quisiera ser verdaderamente un "animal racional", pensaría antes de hablar y de actuar. 
        Si yo deseara para los demás la felicidad que deseo para mí, sería todo más fácil.
    Si yo actuara con los demás como me gustaría que ellos actuasen conmigo, todo cambiaría. 
    Si yo mirase a los demás como compañeros de viaje, como maestros míos y como discípulos míos, mi vida sería otra. 
       Si yo cambiase el "yo" y el "mío" por el "nosotros" y el "nuestro", mi mundo se llenaría de luz. 
      Si yo considerase que los demás son para el mundo igual de importantes que yo, estaría en lo justo. 
      Si yo me mirase más al espejo del alma que al del cuerpo, sería menos pretencioso. 
     Si yo comprendiera que todos los hombres tienen problemas, no vería los míos como los más importantes. 
     Si yo tuviera la fuerza suficiente para reconocer mis errores como reconozco los de los otros, sería mucho más tolerante. 
      Si yo controlara mis reacciones, haría la vida más fácil a los demás... y a mí mismo. 
     Si yo corrigiera cada mes uno de mis defectos, en poco tiempo sería perfecto. 
   Si yo criticara menos y alabara más, la vida sería más hermosa. Si yo sonriera más y frunciera el ceño menos, sería mucho más dichoso. 
    Si yo me diese cuenta de que formo parte de la naturaleza lo mismo que el árbol o la estrella de mar, bajaría el nivel de mi autoestima. 

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